Páginas

Un blog diferente.

Un blog diferente.

jueves, 26 de junio de 2014

El cuaderno.

Como cada tarde, salió a escribir frente al mar, recostado en el pasto fresco y helado de esa mañana con cielo blanco percudido, la brisa no alcanzaba a tapar la melancolía tan fuerte que lo aplastaba. Colocó el cuaderno entre sus manos y vio el corte en una de ellas, en su dedo índice, los recuerdos revolotearon con violencia como si fueran aves desesperadas, los colores, las escenas, ella gritando, él rogando, el sonido filoso de la cachetada en el rostro, el golpe, su rostro lleno de ira, de decepción, sus lágrimas que inundaban el revoloteo continuo de memorias que insistían en quedarse, su cartera negra lustrosa que daba vueltas al ritmo de su imparable ira, sus uñas rojas clavándose contra su mano. Él rogando, ella mirándolo con el odio que se odia al enemigo. ¡Suéltame, imbécil!, la forma en cómo arrastraba la ese inclusive para gritar, su respiración desesperada y finalmente cómo se soltó arañándole la mano.
Su mano ya no estaba sangrando, solo era una cicatriz.
Tomó el lápiz, le encantaba escribir con lápiz, lo interesante del lápiz es que cuando querías lo podías borrar, tan diferente a la memoria. Tomó el lápiz y escribió su nombre, no el nombre de él mismo, el nombre de ella, con perfecta armonía y curvas cadenciosas, con la rapidez necesaria y precisión exacta. Escribió su nombre y cerró el cuaderno. Ya no había más qué escribir. El nombre de ella era el título, era la introducción, era la historia y ese mismo nombre era el final de todo un cuaderno por escribir que nunca quiso ser escrito y que ya no debía escribirse jamás. Escribió y cerró el cuaderno. Su dedo aún tenía la cicatriz, pero el cuaderno ya estaba cerrado.
Se puso de pie y miró el mar, cómo se ondulaba y bailaba frente a él en la inmensidad de ese invierno bochornoso. A ella no le gustaba el mar, le gustaba atravesarlo, sentirse inmersa en él. El mar nunca se iba a retirar de su lugar. Sujetó el cuaderno con delicadeza y se dio media vuelta, de espaldas al mar caminó alejándose de él, con el cuaderno cerrado, con la herida cicatrizada, con el revuelo de las aves coloridas que palmoteaban violentas en los pasillos de su mente.

La calle estaba tan triste, era hora de volver a casa.