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Un blog diferente.

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viernes, 6 de septiembre de 2013

Himnario.

Ángeles cantando están en una preciosa y estrellada Noche de paz y a viva, potente, resonante y divina voz proclaman ¡Al mundo paz!
Nos invitan a nosotros, humildes y desdichados moradores de la tierra, “Cantad alegres al Señor y Venid, fieles todos a adorar al recién nacido Redentor”; sencillos pastores y sabios Traían en silencio presentes al Señor que reposaba Allá en el pesebre, el Eterno encarnado en un tierno y suave bebé.

¡Oh amor de Dios! Al contemplar la excelsa cruz. En el monte Calvario Comprado con sangre por Cristo fui, porque En Jesucristo mártir de paz Todas las promesas de mi salvación se cumplieron. Dulce comunión gozo y disfruto hoy, y con generosa reconciliación Embajador soy de mi Rey.
Amor que no me dejarás, desde hoy y para siempre Por fe contemplo al buen Jesús, y Jamás podrá alguien separarnos ya que Amigo fiel es Cristo.

Aunque en esta vida las mismas voces angelicales nos dicen, “¿Qué estas haciendo por Cristo? si la Promesa dulce te dio, El Rey que viene cerca está, ¡Alabadle!”.

El mundo es de mi Dios, Abre tu corazón y A Cristo coronad. Hay un mundo feliz mas allá donde Bellas canciones perennes se alzan para alabar a Mi Redentor, el Rey de Gloria. Puesto que Soy peregrino aquí No puede el mundo ser mi hogar, Prefiero a mi Cristo y La tierna voz del Salvador.

En aquel día, La mañana gloriosa, Cuando venga Jesucristo Marcharé en la divina luz y antes de estar en El mundo feliz diremos: ¡Brilla, Jesús! porque Más allá del sol está el Hogar de mis recuerdos. Habla, Señor, a mi alma ya que Día grande viene.*


*En cursiva, títulos extraídos del Himnario de la Iglesia Adventista del 7mo Día.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Ritmo

Noche. Camino casi a tientas. La lluvia cae, tal vez, y no tengo sombrilla. Paso por una calle. Una de esas calles oscuras y tenebrosas. Como siempre, y camino lento.
Siento que algo aparece detrás, que se asoma sigilosamente una figura, como depredadora entre las matas. El silencio es relativo: Es silencio de palabras.
El miedo empieza a apoderarse de mí, pienso en todas las posibilidades, y empiezo a visualizar los finales trágicos de las películas. Pero me digo que esto no se parece a nada. Me digo que esto es peor, pero también sé que baso mis suposiciones en nada.
Oigo pasos. Paso a paso, lentos, calculados. Acelero. Pero los pasos parecen haberse mimetizado con los míos, no puedo notar la diferencia. Entonces la preocupación y la ansiedad se hacen más intensas. Empiezo a sentir electricidad recorriendo mi espina y empiezan a surgir mil interrogantes que no puedo responder.
La noche se apaga un poco más.

La oscuridad es densa, los faros de la calle apenas están encendidos. La luz es insuficiente como para correr sin temer un golpe frontal contra algún poste o muro. Como pocas veces, la oscuridad parece ganarle a la luz, y los faros parecen ser devorados por ella. Y yo no soy nadie para salir ileso. Es la fuerza de las circunstancias y más que eso al mismo tiempo.
Tomo una decisión, rápida e impulsiva. Busco en mi bolsillo izquierdo y empuño mi navaja. En la selva para sobrevivir a los depredadores debes convertirte en uno. Nunca sabes si la vida se despojará de ti en un instante de distracción, y sin que lo notes. Y empuño el mango de mi "alemana" por el temor a la muerte, en parte. El pánico en la idea de morir sin luchar, sin honor, de perder sintiéndome un perdedor me acosa al mismo tiempo. Si muero, no quiero morir. Esa paradoja a la que aún no he encontrado respuesta empieza a rondar mi cabeza y no encuentro solución. No he plantado un árbol, no he tenido hijos, no he escrito un libro. Si la vida tiene una misión, aún necesito un poco más de tiempo.
¿Pero qué sería la vida sin mí? ¿Cuán efímera o cuan eterna puede ser mi existencia? Tal vez hasta después de la pastilla del día siguiente, o después de nacer, hasta cuando sea viejo, o hasta un accidente. Y puedo ser eterno como un recuerdo común, pero aún así esa eternidad tiene un límite dentro de esta esfera cada vez más accidentada.
Dejo que el filo plateado emerja del mango rojo de mi navaja alemana. He girado velozmente...
Nadie...

Y vuelvo a volar como hoja, convirtiéndome en ave nocturna. Y mi navaja de mango rojo ya no está, la noche se la ha llevado pero ha dejado su rojo en mi vergüenza.
Cambian mis ideas, porque me siento indefenso. Y no ante la muerte, ahora hay algo que me aterra más: el miedo.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Seguiré.

 Hay ciertas cosas que no puedo entender. A diferencia de ellos, yo creo que pienso mucho menos, mucho, mucho, mucho menos. Me gusta correr, jugar, comer, dormir, saltar, salir al parque, caminar por la calle, sentir el agua, me gusta todo eso cuando es con él, con ella también y de vez en cuando con los que vienen a visitarlos.

 No sé cuántos años tengo, pero nunca me he sentido tan solo como hoy. Recuerdo cuando una vez él se quedó solo llorando en una de las esquinas de la casa, gritaba con desesperación diciendo que no tenía a nadie, que se sentía solo y que no podía más con ese vacío. Recuerdo que fui hasta él y me senté a su lado, no sé dar besos como ellos lo dan, pero intentaba demostrarle que yo no era invisible, que decir que estaba solo significaba ignorarme. Recuerdo que me miró con el mayor gesto de amor y me sujetó de la cabeza, me abrazó muy fuerte y me agradeció por haber estado allí, me prometió que jamás me dejaría solo a mí, que íbamos a ser los mejores, mejores amigos de toda la vida. Luego me dijo que así sus padres hayan muerto era bueno que yo esté allí, me dijo que su familia solo dejaría de ser el día en que yo ya no esté. Me pregunto si recordará eso.

 Luego llegó ella y ella era tan buena con él que ya no quería que se vaya, era tan feliz de verlos juntos, sentía que nuestra familia iba creciendo. Ella me decía hijito, era más cariñosa conmigo, le gustaba hacerme mucho cariño y a veces cuando se peleaba con él, venía a mí. Me dijeron que yo iba a ser su hijito, que siempre iba a estar con ellos. Dijeron que me amaban. Me pregunto si recordarán eso.

 El problema es que yo jamás pude decir nada. De hecho, sí lo intenté, pero no puedo hablar y ladrar no es tan efectivo que digamos. Yo no necesité verlos en la más extrema necesidad ni en la más encumbrada felicidad, yo simplemente les juraba todos los días que estaría con ellos hasta siempre, siempre. Todos los días les repetí que los amaba. Dios me había puesto allí con ellos, y ellos eran mi mundo, no había nada fuera de ellos que me importara. Todos los días me esmeré en cuidarlos al máximo, en hacerlos felices. Recuerdo que reíamos juntos por tantas horas. Me pregunto si ellos supieron eso, me pregunto si lo recordarán.

 No sé cuánto tiempo ha pasado desde que salimos en el auto de él. Era como de costumbre, salíamos a pasear, yo bajé primero. Ellos no bajaron jamás. Ella me sonrió llorando, estaba pálida, el auto arrancó y se fue. Corrí y ladré con todas mis fuerzas, ¡juro que fue con todas mis fuerzas! Pero ese auto corría más rápido que yo. No quiero que nada les pase, estoy tan preocupado por ellos, los extraño demasiado, tengo que encontrarlos porque sé que esperan que haga valer mis promesas aunque ni siquiera las hayan entendido, porque ellos me aman y no podrían ser felices sin mí.

 Estoy perdido. Tengo hambre y sed.

 No me voy a detener por ningún motivo, ellos esperan por mí, lo sé. Ellos me aman.

 No sé si ellos puedan recordar, a veces creo que no recuerdan nada. Pero yo los recuerdo a ellos y seguiré.


martes, 3 de septiembre de 2013

Luces en el ático - II

Aquel día llegué, como siempre, a casa traído por el bus escolar. El bus, un espacio para probar nuestras habilidades en equilibrio pues nos retábamos a saber quién soportaba más tiempo de pie mientras el gran vehículo surcaba los baches y los rompemuelles en la pista. A pesar de tener asientos disponibles preferíamos la sensación de vacío en la planta de nuestros pies cada vez que el bus saltaba o se hundía.

Aquel día llegué a casa. Como siempre. Mis padres me saludaron y, observando sospechoso sus rostros, compartí con ellos el almuerzo. Fui un estudiante bastante responsable (aún intento serlo), así que después de terminar mis tareas viendo de reojo el misterio en el rostro de mis padres, dijeron: "Hijo, hoy nos vamos a comprar tu bicicleta." La emoción de ese entonces solo pudo ser superada por el hecho de manejar aquella bicicleta unos días después.

Los primeros intentos fueron rotundos fracasos. Aunque pensándolo mejor, no lo fueron del todo. Hace poco cuando leía la biografía de Tomas Alva Edison, él decía: "No fracasé, solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla." Y en el intento mil descubrió la real forma de cómo hacerla. Por lo tanto, ahora creo que la perspectiva que debo tener de mis errores es que son oportunidades para repensar otra solución.

***

Esa tarde llegó de la universidad. Solía regresar feliz con una dosis de secretos en sus ojos. Miré cómo se acercaba trayendo sus cuadernos anillados. Me abalancé para coger uno ellos y no soltarlo. Aún no sabía leer, pero había algo que me atraía de esos cuadernos, el anillado, los colores de los bordes  de las páginas que cambiaban cada cierto número de hojas, las formas de las letras y los dibujos extraños, aquellas palabras largas, conjunto de letras, grupo de líneas y curvas…

Regresaba también con libros que sigilosamente sustraía y miraba las imágenes de cortes trasversales y longitudinales a las partes del cuerpo, los diagramas de los sistemas circulatorio, nervioso, muscular, digestivo, respiratorio me causaban interés. Me encontraba in fraganti y se percataba que acababa de pintar un garabato en la página final.

Su paciencia no se acabó, tampoco su afecto. Yo era su hermano pequeño y en el fondo nos queríamos a pesar de que le hiciera tantas travesuras a sus útiles de estudio y ella me atacara con cosquillas y almohadones en la cara. Creo que Dios le dio la oportunidad de prepararse para ser madre doce años antes. Y a mí, la lección de ser tanto o más tolerante con mis sobrinos que ahora hacen travesuras con mis cosas.

***


La vida, un espacio de tiempo en la historia de la humanidad. Un momento de respiro, un chispazo de luz en el universo. Si nuestra visión del mundo se redujera a ello parecería no tener sentido seguir adelante. Sin embargo, Dios colocó en cada ser humano la necesidad de trascender, de ir siempre un poco más allá. Agradezcamos a quienes nos acompañan en este caminar y disfrutemos una vez más cada día de las oportunidades que Dios nos da para trascender, corrigiendo nuestros errores; festejando nuestros aciertos.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Cicatriz

Pudo ser capaz de lanzar una de esas preguntas que derivan en horas eternas, en las que se nos recuerda que es probable que hayamos estado solos sin saberlo. Mujeres, errantes en el sentimiento que con una pregunta nos introducen en ese mundo en que las ideas nunca terminan de aclararse para nosotros los viejos, y en el que usualmente entramos sólo para hacer prevalecer nuestra experiencia. Pero yo he leído, yo he leído… Es más, yo he visto alguna vez la verdad fluyendo entre algunas de estas montañas, pero los viejos no queremos escalar más cumbres… Pero ella me obliga…
“El amor ¿dónde queda el amor?” No tenía capacidad de respuesta. Caminé un poco más sin tener una idea clara. Sufrió mucho y repetía constantemente: “A la vida le gusta enseñarnos a golpes. No lo entiendas literalmente, pero se acerca mucho a eso”. A veces me sentía más útil callando. Es que a veces el silencio prudente es el mejor remedio. Pero aquella vez no era el momento, acaricié mis barbas grises y empecé a articular palabras que creía sin lógica, porque para hablar de igual a igual uno siempre debe vaciar el vaso. Entonces me limité a comenzar una idea con un “A mí me parece… que el amor va un poco más allá”…
El tema había tomado alguna ruta de vuelo, empezaba a abrir su corazón, empezaba a mostrar sus marcas, sus heridas.
“¿Qué sucede cuando alguien no deja que cicatrice tu herida y vuelves a caer en lo mismo?, la cicatriz se ha abierto y eso duele. Y mientras él aparece en cada esquina, yo vuelvo a tropezar confiada. Nuevamente me embarga esa sensación extraña, me confundo y, pues, me pasa lo mismo. No me quieren dejar vivir, así son esas personas. Atacan la herida cuando empiezo a sentirme segura”.  Guardé silencio unos segundos y traté de explicarme en términos de emoción, orgullo animal, apego. Y creí que había fracasado…
Las montañas se extendían accidentadas y bellas en frente de nosotros. Los barrancos se ocultaban con su velo bruno y la alfombra que amortiguaba nuestros paso se mecía suavemente con la brisa. Di media vuelta, inhale un poco de ese aire fresco y me decidí en abandonar mi intento de parecer tan sabio como nos pintan…
Sigue hablando…
Arrastré los pies, pero ella me detuvo y repitió sus palabras porque sabía que me estaba volviendo sordo: Sigue hablando.
La miré y repetí una frase de mi juventud, una frase que pensé que iba a olvidar con el tiempo. Pero esta vez tenía esa cadencia y ese ritmo que hacían de palabras simples, profundas. “El amor es un sentimiento y por lo tanto racional. Las emociones (y pasiones) son esas que reviven de vez en cuando y cambian un estado de ánimo dando tumbos en medio de una imagen ficticia de la realidad. Entonces los románticos, los que confiamos, los que esperamos cosas buenas en el mundo, tratamos de convencernos que es posible que sea real. Pero volvemos a toparnos contra el mismo muro lleno de intenciones egoístas”. La miré diciéndome que mis palabras no decían mucho. Pero ella me miraba fijamente.
"Entonces los románticos, los que confiamos, los que esperamos cosas buenas en el mundo, tratamos de convencernos que es posible que sea real. Pero volvemos a toparnos contra el mismo muro lleno de intenciones egoístas". Eso es cierto. ¿Cómo lo sabes?, ¿te pasó?
Miró sus ropas y volvió a mirarme con esa mirada de niña preguntona.
“Los viejos también hemos sido jóvenes. También lo hemos sido. Pero como siempre responderé que puede que sí y puede que no”.
“Ese párrafo me ha dicho mucho”.
“Es sólo un poco de experiencia y observación. No soy ningún sabio”.
“Experiencia…”
“Con muy buena cicatrización”. Sonreí para intentar romper el misticismo. “Es cuestión de disposición. El paso más difícil, pero emprender el camino hacia una meta no es siempre fácil”.
“Pero lo peor es percatarte que antes de dar el primer paso has caído. Que has regresado al punto de partida sin avanzar siquiera”.
“Rendirse no es una opción para quien quiere ser feliz”.
“¿Qué pasará cuando se me acaben las fuerzas, el aliento?”
“Siempre tendrás personas para donarte un poco de las suyas”.
“Tus palabras, la exactitud de ellas, a veces tienen mucho poder”. Era raro verla así. Veía la niña que hace poco sólo hacía preguntas sobre las flores y el cielo. Reconocía quién era otra vez...

Volteó la mirada. Pensé que lloraba, pero entonces se colgó de mi cuello como alguna vez. Esta vez yo no era tan fuerte como para sostenerla por mucho tiempo, pero no pensaba en ello. La apreté contra mi pecho, se me humedecieron los ojos y el silencio se encargó de sellar el momento. Hasta el viento enmudeció...