Pudo ser capaz de lanzar una de esas preguntas que derivan en horas eternas, en las que se nos recuerda que es probable que hayamos estado solos sin saberlo. Mujeres, errantes en el sentimiento que con una pregunta nos introducen en ese mundo en que las ideas nunca terminan de aclararse para nosotros los viejos, y en el que usualmente entramos sólo para hacer prevalecer nuestra experiencia. Pero yo he leído, yo he leído… Es más, yo he visto alguna vez la verdad fluyendo entre algunas de estas montañas, pero los viejos no queremos escalar más cumbres… Pero ella me obliga…
“El amor ¿dónde queda el amor?” No tenía capacidad de respuesta. Caminé un poco más sin tener una idea clara. Sufrió mucho y repetía constantemente: “A la vida le gusta enseñarnos a golpes. No lo entiendas literalmente, pero se acerca mucho a eso”. A veces me sentía más útil callando. Es que a veces el silencio prudente es el mejor remedio. Pero aquella vez no era el momento, acaricié mis barbas grises y empecé a articular palabras que creía sin lógica, porque para hablar de igual a igual uno siempre debe vaciar el vaso. Entonces me limité a comenzar una idea con un “A mí me parece… que el amor va un poco más allá”…
El tema había tomado alguna ruta de vuelo, empezaba a abrir su corazón, empezaba a mostrar sus marcas, sus heridas.
“¿Qué sucede cuando alguien no deja que cicatrice tu herida y vuelves a caer en lo mismo?, la cicatriz se ha abierto y eso duele. Y mientras él aparece en cada esquina, yo vuelvo a tropezar confiada. Nuevamente me embarga esa sensación extraña, me confundo y, pues, me pasa lo mismo. No me quieren dejar vivir, así son esas personas. Atacan la herida cuando empiezo a sentirme segura”. Guardé silencio unos segundos y traté de explicarme en términos de emoción, orgullo animal, apego. Y creí que había fracasado…
Las montañas se extendían accidentadas y bellas en frente de nosotros. Los barrancos se ocultaban con su velo bruno y la alfombra que amortiguaba nuestros paso se mecía suavemente con la brisa. Di media vuelta, inhale un poco de ese aire fresco y me decidí en abandonar mi intento de parecer tan sabio como nos pintan…
Sigue hablando…
Arrastré los pies, pero ella me detuvo y repitió sus palabras porque sabía que me estaba volviendo sordo: Sigue hablando.
La miré y repetí una frase de mi juventud, una frase que pensé que iba a olvidar con el tiempo. Pero esta vez tenía esa cadencia y ese ritmo que hacían de palabras simples, profundas. “El amor es un sentimiento y por lo tanto racional. Las emociones (y pasiones) son esas que reviven de vez en cuando y cambian un estado de ánimo dando tumbos en medio de una imagen ficticia de la realidad. Entonces los románticos, los que confiamos, los que esperamos cosas buenas en el mundo, tratamos de convencernos que es posible que sea real. Pero volvemos a toparnos contra el mismo muro lleno de intenciones egoístas”. La miré diciéndome que mis palabras no decían mucho. Pero ella me miraba fijamente.
"Entonces los románticos, los que confiamos, los que esperamos cosas buenas en el mundo, tratamos de convencernos que es posible que sea real. Pero volvemos a toparnos contra el mismo muro lleno de intenciones egoístas". Eso es cierto. ¿Cómo lo sabes?, ¿te pasó?
Miró sus ropas y volvió a mirarme con esa mirada de niña preguntona.
“Los viejos también hemos sido jóvenes. También lo hemos sido. Pero como siempre responderé que puede que sí y puede que no”.
“Ese párrafo me ha dicho mucho”.
“Es sólo un poco de experiencia y observación. No soy ningún sabio”.
“Experiencia…”
“Con muy buena cicatrización”. Sonreí para intentar romper el misticismo. “Es cuestión de disposición. El paso más difícil, pero emprender el camino hacia una meta no es siempre fácil”.
“Pero lo peor es percatarte que antes de dar el primer paso has caído. Que has regresado al punto de partida sin avanzar siquiera”.
“Rendirse no es una opción para quien quiere ser feliz”.
“¿Qué pasará cuando se me acaben las fuerzas, el aliento?”
“Siempre tendrás personas para donarte un poco de las suyas”.
“Tus palabras, la exactitud de ellas, a veces tienen mucho poder”. Era raro verla así. Veía la niña que hace poco sólo hacía preguntas sobre las flores y el cielo. Reconocía quién era otra vez...
Volteó la mirada. Pensé que lloraba, pero entonces se colgó de mi cuello como alguna vez. Esta vez yo no era tan fuerte como para sostenerla por mucho tiempo, pero no pensaba en ello. La apreté contra mi pecho, se me humedecieron los ojos y el silencio se encargó de sellar el momento. Hasta el viento enmudeció...