Excluyendo
de plano el mensaje político del que fuera, en el 2011, el eslógan del partido
que hoy es gobierno, busco rescatar esta frase como un estandarte de moral, de
una autenticidad que no se refleja solo en la forma de hacer las cosas, la
honestidad es un rasgo inherente, casi un aroma ineludible que se siente y se
siente fuerte en la forma de ser de quien es honesto.

Lima
es una ciudad golpeada, una ciudad violenta, una ciudad de gentes egoístas, de
mentes perversas, de corazones desobedientes. Pero lo que más la aqueja, es que
Lima es una ciudad asaltada por esas hordas de criminales que han puesto en
jaque la honestidad. No solo nos roban desde el gobierno, que opera desnudado y
a vista y paciencia, con el consentimiento de todos nosotros, víctimas
complacidos; nos roban las empresas a las que nos han obligado a mantener sus
fondos dinerarios; nos roban cuando nos ofrecen algo por lo que pagamos y
recibimos un producto inferior, alegres lo aceptamos; nos roban cuando subes al
bus y te obligan a pagar lo que no debes; nos roban cuando en ese restaurante
no te sirvieron lo que pediste y con una carcajada dejamos que la cosa pase
nomás; nos roban cuando salimos a caminar y por caminar nuestra vida puede
llegar a valer menos que un celular, menos que un billete, menos que lo menos
porque la honestidad ha sido despavoridamente ahuyentada de las calles. Vivimos
en una sociedad deshonesta y cínica, cínicos todos, permisivos ante el robo,
quietecitos ante el imperio del horror, sinvergüenzas, malhechores. Unos por
robar; otros por silenciar y convertirse así en cómplices.
Pero
las masas aprendieron a indignarse. Una incipiente sed de búsqueda de
honestidad ha despertado en las glándulas de los limeños. Y toda esta
inquietante realidad la podemos extrapolar a la sociedad del mundo en general.
Enferma
del cogoteo salvaje, que nace de la desobediencia, producto del egoísmo, esta
sociedad mundial tiene indignados y tiene legiones de anónimos, tiene
colectivos sociales transnacionales, tiene apoyo de las gigantescas cadenas.
Este sentir es, hoy por hoy, un sentir pandémico: no callarse más ante la
cultura del robo.
El
mundo se está moviendo, el mundo está ocupando, el mundo se está levantando.
Pero una vez en que coincidimos con el fondo, podemos pasar a ser cuidadosos
con las formas. Con violencia no vamos a combatir la violencia. No seamos
partícipes de esta agudización de las contradicciones. Hay fórmulas más
eficaces para enfrentar la deshonra que nos está arrebatando la paz.
Ya
hace miles de años, allá en el Sinaí, se había escrito en una de las tablas: No
robarás. Hoy te lo digo a ti, ¿no quieres más de esto? Pues basta, tú no lo
hagas tampoco.
¿No
quieres más estafa, robo, mentira, hurto? No lo practiques jamás. Ten por
seguro que alguien te está mirando, que alguien verá en ti un ser de paz, que
contribuye al bien y ese hombre seguirá tu ejemplo y puedes desatar con tu solo
accionar, que parte desde el centro más profundo de cada pensamiento, toda una nube
bienhechora, de buen comportamiento, de decencia, de honestidad. Solo así
podremos hacer una diferencia auténtica, visible y capaz de transformar
realidades.
PD.
Saludos a la señorita de la sonrisa hermosa.