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Un blog diferente.

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jueves, 6 de febrero de 2014

Flores Amarillas

Apiladas y olorosas.
Regadas por doquier,
embellecen mi ambiente,
es casi como lo soné.
Recuerdo la lluviosa tarde
en que te las pedí,
renegaste de mi antojo,
“No soy así” me dijiste.
Mis insinuaciones
—nada sutiles—,
cuando paseábamos por
la colorida plaza del distrito.
Tu cambio de tema,
mi suspiro cansado y
aparente resignación.
Hoy, por fin me las trajiste.
Lucen hermosas, son perfectas.
Amarillas.
Mis favoritas, parece que
sí me escuchabas. O tal vez,
leíste el diario que te dejé.
Lamentablemente, no eres
el único que me trajo flores.
Todos las traen en tétricos
arreglos, ¿y por qué lloras?
Sí, lo sé.
Me trajiste flores,
pero ya muy tarde es.



A Lúcida [2]

2
Su voz, distante, dulce, hechizante, me habla desde el otro lado del muro. Hay en ella algo de mí. Yo soy parte de su identidad, y ella parte de la suya. Su ausencia es cada vez más eterna, su voz es cada vez más opaca al igual que su luz.

He dejado un par de rosas ante su puerta y una carta que dice: Adiós, hasta ayer. Sus palabras me vuelven a alcanzar, débiles esta vez y mi nombre no tan mío habla de ella cuando la noche se queda a solas conmigo.
Yo, sumido en un letargo sin conclusión aparente, parezco rezar alguna frase escrita en el cuaderno del olvido, y puedo ver su imagen, diáfana, que dice que volverá pronto, que lucha contra su oscuridad para recuperar su nombre. 

El mar está quieto, azul, negro, nocturno. Debajo de sus aguas yace una promesa que brilla en el fondo. Una perla sin clasificación, una joya sin precio.
Es Lúcida, es ella. Se acerca a la superficie, me toma una vez más de la mano y me lleva en búsqueda de algún tesoro. Se mancha el mar con la tinta de sus labios, que estampan su amor en mi piel. Como prisionero resignado a la muerte, me olvido de todo y abandono mi cuerpo. Me ahogo. Vuelvo a ver sus cabellos por última vez para cerrarlos quizá eternamente. No parezco desesperado. No tengo miedo.

Su último susurro ha llegado hasta mí. De repente no hay mar, no hay cielo ni luna. De repente estoy encerrado en una prisión, un cuarto o un almacén. No tengo miedo. He empezado a soñar una vida en la que no la puedo encontrar.

miércoles, 5 de febrero de 2014

IBK.

Por allí algún colaborador (si es que lo hay) que ahora me lee, inmediatamente ha relacionado estas siglas con el banco en el que trabaja. Y, pues, sí, no se salgan de esta página solo porque voy a hablar de un banco porque en realidad no voy a hablar de Interbank, no. Eso sí sería mucho, voy a hablar de mi saturado cerebro de esas tres letras que ahora son hasta el aire que respiro para dormir.

Por ejemplo, estoy podrido del genio y figura que es CRP (ci ar pi, por su pronunciación en inglés), o el súperpoderoso de Interbank. En sus manos reposan el futuro laboral de más de 7,500 colaboradores y el impacto que pueden tener en sus familias. Si en promedio cada uno influye económicamente en la vida de cuatro personas, estamos hablando que el gran CRP tiene una influencia directa e indirecta, sumadas, de aproximadamente 30,000 personas. Y solo les hablo de sus colabores, no de sus clientes. O sea, millones. Sí, millones. CRP sale de compras y se trae para la casa, no un par de zapatillas ni una correa, no, eso es para dummies, él se trae reconocidas marcas como IPAE para el conglomerado. Y todos somos felices.

Pero si te cuento esta historia y no la de una mujer bella que por ahí enamora, una loca despeinada que encanta o una mujer de aquellas que siempre respetaré, si no escribo sobre ello es porque formar parte de IBK implica, que IBK forme parte de ti. Y ahora mismo siento que voy a soñar con cada producto financiero y que moriré en el intento de recuperar mi vida antigua.

Para ello, debo decir, esta nueva vida no está nada mal. Lo que está mal es que me zarandee tanto y te esté contando a ti toda esta historia, que de seguro poco te interesa, pero ya pues, ya te relajaste. Ya te distrajiste. ¿Qué lección te pude enseñar hoy? Pues, de vez en cuando, no pienses en lo que vas a hacer, decir o escribir. Sé irresponsable por una vez y haz algo así como al garabato, no te arrepientas ni pidas disculpas. Así como yo, que en tu cara pelada me he mandado a escribir este reverendo mamarracho.


Ah, buen día.

martes, 4 de febrero de 2014

El lado positivo del fracaso - I

Hola amigo
Te escribo hoy desde el claroscuro de mi lucidez. Desde este insomnio de mediodía que no me dejó dormir la noche que pasó. Una desazón terrible, un ahogo sin agua. Ese nudo indesatable en la garganta. Si, lo sé. Tu ganaste. Y no te estoy escribiendo para reclamar que tu victoria pudo ser injusta, es más, te escribo para felicitarte porque aún a pesar de que haya hecho todo cuanto sea posible para hacerte fallar. Tu ganaste. Y no lo digo con malicia, ni sarcasmo. Lo trato de decir desde lo más profundo de mi juicio sobrio.
Sabrás entonces lo que pasó después de la última vez que nos enfrentamos.  Sabrás que no pude soportar la derrota. Sabrás que tuve que huir de mi casa pues no podría acercarme ni a mi esposa ni a mis hijos después de eso. Sabrás que no se supo nada de mi después de cuatro meses. Y ¿sabes qué? Regresé después de que me fui con la única esperanza de volverte a encontrar y vencerte. Pero ya era demasiado tarde. Ya no estabas más en el vicio. Así lo llamámabamos ¿recuerdas? Estábamos conscientes de que era eso para nosotros y que nos gustaba seguir jugando porque ese era nuestro medio para salir, para escapar de las responsabilidades de ser alguien. Si, ser alguien. Todavía las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza. Tienes que ser alguien. Lo odiaba.
Como siempre tu estabas un paso antes que yo. Y ya lo habías superado. Yo no tenía con quién competir ya más. Así que, sin saberlo, ya me habías ganado una vez más. Escapé, huí otra vez y para siempre. Los policias me ubicaron y me encuentras acá. Escribiendo esta carta para estar tranquilo con mi conciencia. Para ya no buscarte la pelea una vez mas. Para dejar de ser ese sujeto y convertirme en alguien. Como mi padre, nuestro padre quería.
Y te digo amigo porque hermano ya no calza. Estoy diez años tarde de ser tu hermano. Menos aún, de ser el hermano mayor. Tu pareces serlo antes que yo. Amigo, te pido perdón aún sabiendo que ya lo haz hecho. Porque así eres tú, así te encontré a mi regreso, así me dijiste cuando conversamos la última vez y no lo entendí.
Te escribo desde este lugar donde me tienen para ya no hacer daño a nadie más, inclusive a mi. Y parece que está funcionando.  Tu me dijiste que funcionaría, amigo, mi hermano.  Y si. Está funcionando. He decido reconstruir mi vida, recuperar a mi familia y volver a ser YO. Quien quise ser cuando jugábamos que éramos pilotos de carreras. Airton Senna, Nikki Lauda y los hermanos Javier y Darío Gómez se enfrentan en la carrera definitiva. El titular de nuestros periódicos.
Dentro de unos meses iré a visitarte. A pesar de que tu ganaste aquella vez. Hoy he dedicido ganar YO. Y no contra tí, sino contra este deseo que controla mi voluntad de hacer lo bueno para todos y me obliga a buscar lo bueno sólo para mi. Creo que ahora te entiendo mejor cuando me decías que me perdonabas y que querías que yo me calme y qur necesita ba perdonar me también. Sin embargo, creo que es mejor tarde que nunca para darse cuenta de esto.
Gracias y espero que nos encontremos pronto. Me logré comunicar con Fabiana. El médico me ayudó a ubicarla. Me dijo que me dejaría ver a los niños en cuanto pueda salir de acá y que conversaríamos sobre lo que me pasó. Ojalá nuestra relación mejore. No deseo que se estropee todo de nuevo por culpa de su familia. Perdón. Se que no debo culpar a nadie y ser más indulgente con su familia pues yo también me equivoqué. Pero es algo que aún no logro controlar. En fin, el doctor me ha dicho que ya estoy cerca de controlarlo y que me hace bien escribir todo lo que pienso. Bueno, después de ver a los niños iré a verlos a ustedes y para ese rato espero ya estar mas controlado de la cabeza y que me hayas perdonado. Amigo.
Con aprecio.
Javier

lunes, 3 de febrero de 2014

"Listo"

Bajé las escaleras con la misma prisa de siempre. Algo sobrecargado con todos los planes que tenía para ese día, seguramente había olvidado de incluir muchas cosas en mi mochila, pero imposible hubiese sido notarlo en aquél estado.
Ella me esperaba como tantas veces. Me quería. Y estaba allí contemplándola, mientras buscaba en algún bolsillo el dinero, las llaves, algún pequeño presente, algo más. La quería.

Alguna vez las horas fueron eternas a su lado, pero ahora todo eso, recuerdos y sentimientos, se dispersaban. Me sentía tan culpable, como veces anteriores. Mi deseo acérrimo de ser veraz a toda costa me presentaba imágenes de una película trágica e incómoda. Sus ojos me miraban curiosos, preguntándome quizá inconscientemente por qué la crueldad de mi silencio, por qué me había quedado mirando un cuadro que había pasado por alto tantas veces, en la galería de arte a la que menos me gustaba ir. Cobarde. Es probable que lo fui. Trataba de jugar a su modo, con indirectas, con situaciones que pudieran darle alguna idea sutil y poco punzante de lo que quería decir. Pero o no entendía las señales, o no quería entenderlas. Y eso me elevaba al podio de los más descorazonados.

Aunque eternamente había repetido que cuando el amor se acaba, no tiene sentido seguir. Era, esta, una situación en la que el final destruía más que un lazo entre dos personas: Ellos, los que indirectamente participaban; las historias y secretos; el tiempo y el escenario, cómplices de escenas que ahora se colaban en una novela llena de falsedades. Pero no daba para más. Lo sabíamos. Lo sabíamos.

- ¿Pasa algo? - Me había tomado del brazo.
- Pasa de todo y pasa nada-. dije. Aunque pretendía decirlo rápidamente, mi lucha se eternizaba más y más.
- No juegues. Responde.
- Es difícil, ¿sabes? Esto del amor. No he llegado a entenderlo. Creo que...
- Mira. Si quieres decir algo, dilo.- Me interrumpió para dejarme en jaque después- Dijiste que siempre serías honesto.

Entonces salió a relucir la faceta de hombre sin mucho tino, directo, pero temeroso. Hablé cerrando los ojos, como un niño ante una inyección y esperé su respuesta. Listo. Fue lo único que dijo.
Yo no dije más, No mencioné jamás muchas cosas. Me fui. Se fue. Tomamos caminos opuestos. 

En el paradero, pensaba en cuánto podía realmente durar el amor. Pasaba la idea de su no existencia, pero era consciente, que a esa edad no sabía mucho acerca de nada. Todo era un juego, un juego del que no quería participar, pero en el que ya estaba incluido. En el que todo parece funcionar en ciclos, a veces, muy desordenados.

- Disculpa, ¿sabes qué hora es? 
- Claro.