Bajé las escaleras con la misma prisa de siempre. Algo sobrecargado con todos los planes que tenía para ese día, seguramente había olvidado de incluir muchas cosas en mi mochila, pero imposible hubiese sido notarlo en aquél estado.
Ella me esperaba como tantas veces. Me quería. Y estaba allí contemplándola, mientras buscaba en algún bolsillo el dinero, las llaves, algún pequeño presente, algo más. La quería.
Alguna vez las horas fueron eternas a su lado, pero ahora todo eso, recuerdos y sentimientos, se dispersaban. Me sentía tan culpable, como veces anteriores. Mi deseo acérrimo de ser veraz a toda costa me presentaba imágenes de una película trágica e incómoda. Sus ojos me miraban curiosos, preguntándome quizá inconscientemente por qué la crueldad de mi silencio, por qué me había quedado mirando un cuadro que había pasado por alto tantas veces, en la galería de arte a la que menos me gustaba ir. Cobarde. Es probable que lo fui. Trataba de jugar a su modo, con indirectas, con situaciones que pudieran darle alguna idea sutil y poco punzante de lo que quería decir. Pero o no entendía las señales, o no quería entenderlas. Y eso me elevaba al podio de los más descorazonados.
Aunque eternamente había repetido que cuando el amor se acaba, no tiene sentido seguir. Era, esta, una situación en la que el final destruía más que un lazo entre dos personas: Ellos, los que indirectamente participaban; las historias y secretos; el tiempo y el escenario, cómplices de escenas que ahora se colaban en una novela llena de falsedades. Pero no daba para más. Lo sabíamos. Lo sabíamos.
- ¿Pasa algo? - Me había tomado del brazo.
- Pasa de todo y pasa nada-. dije. Aunque pretendía decirlo rápidamente, mi lucha se eternizaba más y más.
- No juegues. Responde.
- Es difícil, ¿sabes? Esto del amor. No he llegado a entenderlo. Creo que...
- Mira. Si quieres decir algo, dilo.- Me interrumpió para dejarme en jaque después- Dijiste que siempre serías honesto.
Entonces salió a relucir la faceta de hombre sin mucho tino, directo, pero temeroso. Hablé cerrando los ojos, como un niño ante una inyección y esperé su respuesta. Listo. Fue lo único que dijo.
Yo no dije más, No mencioné jamás muchas cosas. Me fui. Se fue. Tomamos caminos opuestos.
En el paradero, pensaba en cuánto podía realmente durar el amor. Pasaba la idea de su no existencia, pero era consciente, que a esa edad no sabía mucho acerca de nada. Todo era un juego, un juego del que no quería participar, pero en el que ya estaba incluido. En el que todo parece funcionar en ciclos, a veces, muy desordenados.
- Disculpa, ¿sabes qué hora es?
- Claro.