Hoy me
encuentro imprimiendo algunas fotos que tomé hace mucho tiempo. Una de mis
grandes aficiones es la fotografía. El poder de capturar espacio y tiempo en
papel es un privilegio, ahora, muy utilizado. Sin embargo, considero que hay que
darse un tiempo, no mucho, si no pierdes el instante decisivo, pero el
suficiente como para encuadrar, componer y plasmar la visión de la realidad que
deseas expresar y que se te presenta frente a tus ojos.
Mi madre
me dijo alguna vez en mi infancia que cuidara mis ojos. Que no es bonito
quedarse ciego. Pronto, empecé a tener curiosidad por la vida en ceguera.
Vendaba mis ojos y caminaba por mi dormitorio, que por el momento que duraba mi
juego se convertía en una calle concurrida y yo, un transeúnte perdido. El juego
terminaba dándole la razón a mi madre. Con las canillas golpeadas y uno que
otro chinchón alguna vez.
La
oscuridad también me causó intriga unos años después. Salía a la azotea de mi
casa en las noches tranquilas antes de navidad y me divertía imaginando formas
con la ropa tendida en los cordeles. O el uso de pinturas fosforescentes.
Tarde o
temprano, a eso de los cinco o seis años la fotografía me sorprendió. Me
encontró entre sombras de lucidez y raciocinio. Un flash. Unos chasquidos de
dedos y unas arengas para que sonría. Mi madre tenía una cámara compacta que se
cargaba con una película automática. Una innovación y avance para la fotografía
de entonces, pues era a prueba de hijos curiosos que probablemente la abrirían
y correría el riesgo de velarla sólo por la curiosidad de saber por qué tanta alharaca.
Felizmente mi padre me encontró a unos segundos de haberla abierto y rescató
las fotos del inminente olvido. Unas semanas después nos dirigíamos a la tienda
amarilla para recogerlas después del revelado. Fue grande mi asombro al
examinarlas una por una y recordar los detalles de cuando fueron tomadas. Unas
de un viaje a mi tierra, Huancayo. Otras del paseo en el zoológico. Y otras más
de la playa.
Ahora
que veo las fotos que acabo de imprimir, descubro que hubieron algunos detalles
que habían pasado desapercibidos a mi ojo y que complementan el cuadro,
otros se incrustan y otros más no sé cómo llegaron ahí. Bueno, de eso se trata
el aprendizaje…
***
Ese día
íbamos a comprar mi cámara. Fue mi regalo de promoción. Una vez que la tuve
entre manos, empecé a examinarla. La letritas en el borde del lente, el
obturador, el rollo de película que me compraron y las indicaciones para
colocarlo. Me gustaba escuchar el motorcito rebobinando la cámara una vez
agotadas mis 36 tomas. La expectativa de ver las fotos, y la mediana nostalgia
de encontrar algunas casi veladas. Hoy, disfruto de aquel efecto, entonces no
era tan grato.
Un día
que me puse a jugar básquet, olvidé que llevaba la cámara en mi casaca. Y
sufrió una de las caídas más estrepitosas, que me arrepentiría unas horas más tarde. Las
fotos que tomé después, todas se velaron. Fue un dolor suspendido mediante la
espera del revelado. Fue cuando aprendí el porqué del dicho que reza que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
***
Pasaron
unos años, muchos a decir verdad. Lima estaba cambiada. La visitaba cada día.
Tenía que trabajar. El invierno no llegó duro ese año. Nos dijeron que iba a
pasar sutil. Lo que no pasaría sutil sería el tráfico. Sin embargo, ese día
estaba preparado para premiarme con una cámara. Pocket o compacta. Sencilla. Para llevarla a todas partes y tomar todo lo
que quisiera era mi excusa, verdad a medias.
La
verdad completa era que llevaba mucho tiempo recordando la emoción de capturar
una imagen y tenía tantas imágenes pendientes por capturar. Lima se presentaba
libre de ser capturada en sus planos. Las personas en la calle, cada una
ensimismada en su rutina, los vendedores, los choferes y cobradores, la
inauguración del Metropolitano, la vida en la capital, tan apurada, tan
despreocupada, tan insegura, tan inestable, tan impredecible, tan bizarra e
indiferente. Incompresible y viva al fin. Además de ello, los monumentos que
encuentras a cada paso, sus parques, sus mercados, el encuentro de distintas
realidades en la demarcación territorial de dos distritos, los cono y la vida
al día a día.
Por esos
días había quedado con mi enamorada en encontrarnos en un mall después del
trabajo, así que decidí que ese día también compraría la cámara. Nos
encontramos, caminamos y le acompañe a comprar. Ese momento se pasó rápido pues
estaba pendiente de llegar a la zona de cámaras. Pregunté por un modelo de
cámara que había visto en un catálogo y le pedí que lo preparara para llevarlo
a casa. Mi enamorada me miró asombrada. Llevábamos poco tiempo de haber
iniciado nuestra relación, así que le sorprendió mi interés por la fotografía.
Nos habíamos conocido durante la universidad y en ese entonces algunos
intereses no eran factibles de reconocer.
Escritura,
por ese entonces llevé un blog, que luego borré y lo volví a abrir y volví
cerrar hace poco. Una que otra vez se me ocurrían guiones para actuaciones y
otras algunas historias, cuentos o poemas que aún faltan pulir. Una oportunidad
en el intermedio de clases se acercó a mí pues me observó pensativo. Le mostré
que mi cuaderno donde redactaba lo que posteriormente postearía, lo leyó,
sonrió.
Lectura,
un hábito desordenado que llevo de vez en cuando, por partes y a todas partes,
algunos libros se terminan de leer solos, otros los culmino en poco tiempo y
otros más se leen con paciencia y actitud. Nunca uno a la vez.
Fotografía,
el diseño y la ilustración se convirtieron en una prioridad durante la
universidad, sin embargo lo solía hacer para guardarlo en el disco duro de mi
computadora. La necesidad latente de tomar fotografías se mantuvo mientras
diseñaba algunas ilustraciones para un afiche que me hicieron a pedido. Tarde o
temprano sabía que debía encontrarme nuevamente con la fotografía y redescubrirla.
Ahora
ella también comparte el gusto por la fotografía, está aprendiendo algo de lo
que lo aprendí y de lo que ella misma descubre. Hoy, ella está de viaje, llevó
su cámara. Pronto regresará para contarme sus aventuras y para mostrarme lo que
capturó. Acá, yo también sigo tomando algunas fotos a manera de extrañarla, a
modo de capturar el tiempo y el espacio y guardarlo para cuando ella esté aquí.
Postdata: Y tú ¿Cómo te encontraste con la fotografía?