Páginas

Un blog diferente.

Un blog diferente.

martes, 17 de septiembre de 2013

Ariadne

 El hielo se derretía en la vereda por la madrugada. Los neumáticos del carro patinaron al pasar por la avenida que se alimentaba de la luz del sol naciente en el horizonte. El hospital se encontraba a dos cuadras más. Las calles estaban vacías. Mi esposa confiaba en que llegaríamos a tiempo. La emoción de la llegada de Ariadne agudizaba mis sentidos y sentía que todo estaba bajo control. De pronto una luz fuerte, me encegueció. Luego un silencio profundo, intenso, vacío, inaudible.

***

 Un llanto. Para pedir ayuda, otro para asegurarse que estamos cerca. Una sonrisa, una mirada perdida en cielo del dormitorio. Me gusta verla, disfruto a cada movimiento suyo. Aristóteles dijo que el tiempo es la medida del movimiento entre dos instantes. Disfrutábamos de cada fotograma imaginario, de cada instante, cada gesto que ella nos regalaba echada en su cuna. Repetía su nombre en mi mente. La amaba.

 Después de dejarla dormida en su cuna esa madrugada, mi esposa regresa a nuestra cama. Me dice al oído que la ve un poco pálida, hago un apunte mental para el pediatra al día siguiente. El sueño le gana a mis párpados no sin antes darle un beso en la frente a mi esposa. La luz se difumina y quedo en suspendido en el vacío.

 Escucho la sirena de la ambulancia afuera en la calle. Estoy en medio del pasillo del hospital corriendo. Llevan a mi esposa en una camilla. Me impiden seguirle. Quedo atrás de unas puertas transparentes y el pasillo se hace más distante al apagarse las luces. Te amo. Pienso en el eco de su voz que rebota en las paredes y llega hasta donde estoy de pie, hasta el interior de mí mismo. En medio de la oscuridad sus dedos pierden fuerza, mi mano se suelta. Impotencia.

 Despierto asustado. Es de noche aún, las sombras de la ciudad no se han ido. Repaso con las yemas de mis dedos la cicatriz en su brazo, un pequeño surco en su piel, una señal de lo que nunca olvidaremos, el día que Ariadne llegó a nuestra vida.

 El choque no pasó más que de un susto. La ambulancia rosó el carro por el lado donde me encontraba. Empujó al carro hasta que la vereda lo detuvo. Me golpeé en las costillas. No pude respirar por un buen rato. Mi esposa trato de cubrirse y apoyarse para no afectar al bebé. Los vidrios se quebraron y unos cuantos se incrustaron en su brazo derecho. Por suerte ya estábamos cerca al hospital.
Ese día, mi esposa me dijo entre sueños que todo saldría bien. Hoy, la beso nuevamente y me aferro a la alegría de continuar juntos. Descanso.

***

 De regreso a casa. Miraba por el retrovisor a mi esposa dar de lactar a Ariadne, nuestra hija. Aquella íntima conexión de miradas que me llenaba de alegría y energía para protegerlas, para estar dispuesto a sacrificar cosas que antes me hubiera costado mucho dejar. Ariadne, doncella que conoce los secretos de los laberintos, me sacó de uno.

 A veces mientras duermen las dos juntas, las observo. Trato de ver mi vida sin ellas, no puedo. Me imagino cómo será de grande, cuando vaya al colegio, cuando tenga una compañera amiga, cuando se pelee con ella y se reconcilien, cuando crezca y me reclame porqué pongo tantas reglas, cuando me presente a su amigo especial, cuando me diga que quiere estudiar algo que yo no deseo, cuando se case y la vea partir. Me niego a que ese tiempo pase tan raudo, me niego y guardo los momentos en que depende de nosotros aún, los atesoro y los cuido para que no se me vayan y no pueda retornarlos. Mis divagaciones se acaban en cuanto mi pequeña despierta, no llora, solo abre sus ojos y extiende sus manos para tocar el cabello de su madre, para coger un juguete, para mirar a su padre sonriendo, para saber que puede estar segura y feliz. Guardo una fotografía de su sonrisa.

 Mi esposa, aquella bella mujer que estuvo lo suficientemente convencida para decidir compartir la vida conmigo, aún entre sueños sonríe. Abraza a nuestra pequeña y la arrulla para que sigan durmiendo. Ariadne no quiere seguir durmiendo. Hace unos sonidos como si fueran palabras. Mamá despierta, papá espera para jugar con nosotros. Mi esposa percibe las ganas de jugar de nuestra pequeña. Encárgate tú, por favor. Me dice en el pensamiento, lo interpreto a través de sus ojos que no quieren despertar. La amo. Las amo.

 Cargo a mi hija con el mismo cuidado como cuando la recibí, aquel día. Un milagro, un nuevo mundo por descubrir, una nueva forma de ver la vida.

***

El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto.”

Charles Chaplin

No hay comentarios.:

Publicar un comentario