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Un blog diferente.

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

(Yo) No me la llevo fácil - Parte I

 Viajaba todos los días sesenta y cinco kilómetros para llegar a ese lugar. Algunos se jactaban de largos viajes de una hora y media, yo tardaba en llegar a veces dos horas y media; otras, tres. Para estar allí a las ocho de la mañana, teóricamente tenía que salir de casa a las cinco, ya saben, lo que se camina al paradero, luego del paradero, cuando llego, hasta mi destino. Para estar lista a esa hora, tendría como mínimo que haber abierto los ojos a las cuatro de la mañana, ya saben, cocinar la comida para mí y mis padres, prepararme mi desayuno y dejar limpia, lo mejor que pueda, mi casa. Es muy difícil. Si llegaba cinco minutos tarde al paradero, el próximo colectivo pasaba a las cinco y cuarto y ya con esa hora y ese tráfico, no llegaba. Gracias a Dios había un colectivo a las cinco.
 Llegaba al lugar donde estudiaba a las ocho de la mañana y casi siempre estaba diez o quince minutos temprano. Ingresaba. Iba hacia mi salón, me sentaba en la primera fila (es que si me sentaba atrás, me daba sueño y me dormía y, no pues. ¿Tanto para nada?), sacaba mis dos panes con tortilla y mi quinua, entonces en esos diez minutos tomaba velozmente mi desayuno. Pasaban los diez minutos, la clase empezaba.
 Las clases terminaban a las tres de la tarde, rápidamente almorzaba y luego me iba a trabajar, lo bueno es que la señora era comprensiva, una vez más otro viaje. Quince kilómetros más al sur, treinta minutos nada más, tenía que estar allí a las cuatro de la tarde. Llegaba a mi trabajo y rápidamente me ponía el uniforme e inmediatamente, a limpiar, el sueño no importaba porque si hacía mal mi trabajo, me botaban; y si me botaban, todo se iba al tacho. Entonces, no, seguía mi trabajo y me esmeraba. Así hasta las ocho y media de la noche. La señora me daba a diario diez soles y a fin de mes, quinientos; era bien buena, a veces me invitaba comida y ya tomaba lonche allí. Luego otra vez a casa, ya no eran sesenta y cinco kilómetros, sino ochenta. Gracias a lo despejada de la noche, la velocidad de las combis a esa hora y la poca cantidad de pasajeros, llegaba con suerte a mi casa a las doce. Llegaba cansadísima e intentaba poner todo en orden para el día siguiente. Si tenía tarea la hacía en el acto, aunque, tanto viaje, me ayudaba bastante a avanzar. Generalmente ya estaba lista a la una y media de la mañana, en el acto me acostaba para intentar dormir.
 Desde la una y media de la mañana intentaba, hasta las cuatro.
 Intentaba dormir.
 Luego, mi día, empezaba otra vez.

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