Tras dejar las maletas en el vestíbulo, Miguel indicó a su hermana cómo pensaba disponer de las habitaciones y le dio a elegir una. Para ello no tardó más de diez minutos, y tras ese lapso se encerró en su dormitorio.
La habitación era amplia. La cama consistía en un colchón puesto sobre un esqueleto de cemento trabajado artísticamente, y una decoración muy ingeniosa, que quizá al verla uno podría pensar que se trataba de un lujo sumamente costoso. El lado izquierdo de la cama estaba casi empotrado en la pared y medio metro más arriba había espacios ahuecados en forma cuadrangular que guardaban ciertos objetos y algún libro que otro. Pasando la vista de la cama hacia la ventana era inevitable prestar atención a sus libreros, muy ordenados, que encerraban gran cantidad de libros de diferentes temas, aunque llamaban mucho la atención obras de la literatura peruana y universal, puestobque eran los mas abundantes. Con leer los títulos, sin necesidad de más, uno sentíase escuchando una clase de literatura, con aquel profesor apasionado por el arte, recitando a conocidos autores y grandes obras. Pasaban por los ojos Moliere, Víctor Hugo, Tolstoi, Dickens, Kafka, Dumas, Neruda, Becquer, Machado, Witthman, La generación perdida en su totalidad, entre otros que harían la lista muy larga. Habían también tomos de enciclopedias, libros de cocina, ciencias de todos los tipos, historia, entre otros que ya habían perdido el título con el desgaste que traen los años. Era en sí, una biblioteca muy bien abastecida, y la mayoría de estos libros parecían haber sido devorados una o dos veces. Si revisabamos, en ese momento, el cuarto, de canto a canto nos íbamos a encontrar con muchos más objetos que nos harían imaginar que Miguel era uno de esos que viven de lo que el arte les puede ofrecer. Pero dejaré esa descripción para más adelante cuando el la situación lo amerite.
En ese momento, él se encontraba recostado de lado y en una postura incómoda. El libro en la mano, abierto y con las hojas tendidas de la manera particular en que lo hacen cuando uno escudriña las profundidades de un libro. Sus ojos absortos se perdieron en la lectura e hubiese estado en aquella postura y estado de concentración por horas si no hubiese llamado a la puerta su hermana. Dejó el libro abierto sobre la cama, metió sus pies en unas pantuflas que tenía debajo de ella y salió a atender el llamado.
Las horas habían transcurrido veloces y la noche llegaba a sus doce. Las calles de la ciudad habían quedado sin almas que quizá, las sombras que rondaban algunas calles eran de penitentes o ladronzuelos inexpertos.
Miguel y su hermana se miraban fijamente. Miguel tan sereno y poco comunicativo acababa de despachar a un hombre que llevaba un sobretodo gris muy oscuro, y se había presentado como Ron Marrón. Aquél hombre de barbas y cabellos castaños dijo que tenía algo importante que hacer y que no podría explicarle muy bien "aquel asunto". La pequeña conversación que entablaron pareció llevar consigo el recuerdo de alguna historia desnutrida, que tenía cierto rezago en la "página negra".
Tras la despedida de aquel hombre extraño y del que aún no sabemos mucho pero que es importante saberlo, Miguel regresó a su dormitorio y cerró la puerta tras sí. El ligero frío del otoño penetraba por las ventanas abiertas de par en par, pero parecía no importarle a él. No parecía molesto y quizá eso encerraba una alerta mayor, pero que el tiempo podía solucionar. Se dirigió a su cama, cerró el libro que yacía sobre su cama, lo dejó en un lugar inespecífico y se metió en su pijama de rayas grises y blancas. Su hermana apareció en la puerta, tocando suavemente como si temiese que ya hubiese quedado dormido. Miguel abrió la puerta bruscamente y se encontró muy cerca del rostro de su ella que llevaba una pequeña bandeja con una taza que contenía lo que parecía ser manzanilla.
- ¿Olvidé desearte buenas noches? Lo siento. Pero espero que no me pidas que te cuente un cuento- dijo Miguel, dejando que una sonrisa se dibuje en su rostro, una sonrisa a medias.
- No. Para eso ya habrá oportunidad. Toma, una manzanilla le dará algo de felicidad a tu noche- dijo la muchacha entregandole la bandeja y haciendo el ademán de retirarse- Descansa muy bien. Y no ronques.
- Yo no ronco.
- Ese secreto te lo guardaré - Sonrió de esa forma tan diferente a la de él y se fue tarareando alguna canción que acaso había inventado en ese momento.
Tras tomarse la manzanilla, Miguel se envolvió en sus sábanas y quedó profundamente dormido al intante. Las luces se apagaron en casi toda la casa, excepto en el patio por cuestión de seguridad pues era la única vía de entrada para algún inescrupuloso ladrón, que si bien eran escasos y usualmente tan torpes o poco ingeniosos que realizaban sólo pequeños robos, valía la pena ser precavido. El silencio comenzó su intento de reinado contra los ruidos que débilmente emitía la naturaleza y los habitantes de la zona se entregaron plácidamente a las horas de descanso y sueños.
Vnto
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