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Un blog diferente.

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viernes, 13 de septiembre de 2013

Sábado.

 Una minúscula e intrépida gota de lluvia se resbala raudamente por la opaca ventana, las marcas de otros recorridos empañan y dificultan mi vista al horizonte. El fatal horizonte. Reposo mi cabeza sobre el frío vidrio.
El ruido de una imparable ciudad me asalta, sobrepasa mi tranquilidad -al menos la que anhelo conseguir-, los autos rugen, las bocinas chillan, las luces enceguecen. Mis ojos se cierran intentando imaginar un mejor panorama, cuento hasta diez, pero el aire está viciado y la gente del bus habla y habla sin parar sobre la novela de ayer, de sus planes para la noche, y de los últimos chismes del barrio.

 El trafico es asfixiante, el enclaustro del carro peor aún.
Por segunda vez, mi cansado cuerpo pide auxilio, mi pequeña espalda protesta también, mis brazos reposan sin gracia sobre mi voluminosa maleta -mi pobre compañera de faena- y lo único colorido que me agrada ver es mi chompa roja de Rodolfo el reno. No quiero pensar en todo lo que mañana vendrá, ni menos recordar la odiosa semana que se va.

 Me acurruco -como de costumbre- contra la blanca e inerte lata; la suave y relajante música clásica que suena en mis oídos es intempestivamente interrumpida por el molesto sonido tintineante de mi celular. Una llamada, luego otra y otra, y así se acumulan cinco. ¡Ojalá pudiera llegar a casa en cinco minutos!, pero el bus se detiene nuevamente para darle paso a una escandalosa sirena tan característica de la ciudad.
El tortuoso viaje sigue, me acomodo en el asiento y las oxidadas tuercas que lo componen reclaman chillonamente como si mi peso las aplastara y privara de su libertad.

 El tiempo pasa y a lo lejos visualizo y reconozco las señales que indican que mi hogar está cerca. Me pongo de pie y con valentía me abro paso entre ese mar de personas apretadas y extrañas, es un calvario llegar a la puerta... pero llego. El bus parece expulsarme de sus entrañas y yo corro como si escapase de una mansión tenebrosa, de una mazmorra igual a las que aparecen en películas de terror.

 Un suspiro se escapa de mis labios. Recargo sobre mi hombro las azas de mi maleta y comienzo a caminar, el sendero parece infinito. Golosinas, vendedores de dulces y gritos llamativos hacen que mi agonía se prolongue. La noche parece estar más viva que nunca, ni las sombras de oscuridad apaciguan los espíritus de los ciudadanos. Mis pies hacen un ruido fastidioso, pero no puedo evitarlo, siempre detesté arrastrar los pies, sin embargo los estragos de una laboriosa semana me empezaban a cobrar factura.

  Falta poco Carol, me digo para alentarme. Una casita verde y acogedora hace  que mis oscuros ojos brillen alegres y triunfantes, por fin es sábado.

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