No me gustaban los
comunistas, aunque todos los que estábamos allí nos indignábamos por las mismas
razones, nuestra perspectiva sobre las soluciones era muy diferente.
¿Revolución? Todos empuñaban el brazo derecho gritando revolución, una
revolución comunista para establecer la igualdad, hacer caer a los de arriba y
empoderar a los de abajo. Sonaba lindo, pero no resistía a la realidad, esa era
la verdad. ¿Cómo se suponía que una revolución podría tener éxito si no estaba
dirigida por nadie? ¿La igualdad se iba a establecer por inercia? ¿Y si alguien
encabeza todo, como el Presidente Gonzalo, cómo no pensar que una vez en el
poder destruirá nuestras libertades? ¿Si era tan bueno ese Presidente Gonzalo
porque estaba condenado de por vida? ¿Libertad a cambio de igualdad? ¿Empoderar
a gente como nosotros, en ese entonces apenas sabía las cosas del colegio, no
iba a significar la ruina total? Era la número uno en el colegio y era
consciente del enorme potencial que tenía en la cabeza, pero lo que yo y mi
pueblo necesitábamos no era una revolución que destruya todo y poner al mando a
inexpertos soñadores. Mi pueblo, los nuestros, los míos, mi papá, mi mamá, yo,
mis amigas, mis amigos, lo que todos necesitábamos era algo diferente: una
oportunidad.
Una oportunidad para saber lo que ellos saben
y operar desde donde ellos operan para cambiar las cosas como ellos no pueden
hacerlo. Una oportunidad para ayudarnos entre todos, no para quitarle a tres y
repartirlo entre veinte, sino para que esos tres puedan enseñarnos a los veinte
cómo son las cosas y luego ser veintitrés, cada uno con su propia riqueza y
habilidad, haciendo que cualquiera de nosotros podamos ser los que mandan; ojo,
no todos, cualquiera.
Si yo quería ser alguien que esté arriba,
había de suponer que iba a haber gente debajo de mí. Y yo quería eso, para
guiarlos, para ofrecerles oportunidades, para que ellos hagan eso después y en
vez de arruinarlo todo, como decían (dicen) los comunistas, construir, sembrar.
Así como en la chacra, no arruinar todo la cosecha por un par de cosas
malogradas, eliminar lo malogrado y continuar con la cosecha, todo se debe
aprovechar.
Esos comunistas no pensaban (¿ahora sí?),
pero cuánta gente les creía (cree).
Asistí al viejo edificio en el moderno centro
de Lima solo dos meses, luego mis padres me lo prohibieron y no me resistí,
sentía que estaba perdiendo el tiempo, ya sabía qué era lo que ellos querían
alcanzar, algo que yo antes jamás había imaginado y ahora yo también lo
anhelaba, pero yo quería algo distinto.
En mí nació la ambición, el deseo, realmente
quería salir de aquello. Y el Universo conspiró, luego supe que ese universo se
llamaba Dios.
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