Paciencia.
Eso es lo que busco, pido y necesito.
Las
mariposas empolvadas que vuelan en mi bóveda cerebral quieren caprichosamente salir,
brillar y tomar forma, reencarnándose por medio de la milagrosa tinta en
garabatos coordinados –y muchas veces, sin sentido.
Mis
pequeñas manos se mueven frenéticas, el inocente lapicero paga crímenes ajenos,
ya que es vilmente martillado contra el escritorio. ¡No! mis mariposas no
pueden materializarse en armonía, no sabe igual. ¡No! no pueden ser analizadas por otro humano,
no soportarían el torbellino que sus alitas multicolores desatarían.
Lo
pienso mejor. Y tomo algunas hojas bulky,
que es lo primero que encuentro y abunda por montones en mi aparador. Las
ansias me consumen, y las obstinadas alevillas amenazan con secuestrar mi
cabeza si es que no las libero pronto.
«El papel es más
paciente que los hombres» recuerdo con alivio, Ana Frank me estaba aconsejando
desde su Casa de atrás. Seguramente, ella también sentía las literarias mariposas
rondar todo el tiempo por su mente; no hay cielo que las contenga, ni celda
que las soporte.
Pero
felizmente está el papel.
Los
hombres no comprenden, se desesperan y son mezquinos con su tiempo. No hay
paciencia para la metamorfosis de ideas, ni para oír sus aventurados vuelos, y
tampoco para su anhelada migración.
¿Quién
podrá abrazar a las libres mariposas? ¿Qué evitará su tan conocido “efecto”? Dice
el proverbio chino: «El aleteo de
las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo» ¡Otro consuelo!
Mis
apolilladas ilaciones serán inmortalizadas, podrán cambiar el mundo, o al
menos, el mío. El papel espera, aguarda y soporta.
Siempre
esperará pacientemente el aleteo de las mariposas sobre él, y vivificará en
cada retazo los efectos de su libre poder.
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