El otro día, en mi clase de Metodología de la
Investigación, leí una frase que capto toda mi atención. Se trataba de una
imagen superpuesta a una diapositiva, que contenía un colorido y sarcástico enunciado
el cual decía: «Importante descubrimiento científico: Las embarazadas y los
ancianos causan sueño». Sonreí, por la irónica jocosidad del título. Luego a mi mente vinieron flashes de todos mis
exhaustivos viajes en ómnibus.
Salí a mi receso, y la idea seguía dando vueltas en mi
cabeza; terminaron mis clases y no cesó “el bichito” por querer escribir sobre
esta cruda realidad. Realidad que se vive los trescientos sesenta y cinco días
del año, y más uno, si es un año bisiesto.
Y es que siendo francos, queridos lectores, en alguna
oportunidad hemos estado tan cansados de la rutina, que al subirnos al bus que
nos conducirá a casa, rogamos internamente que no suba ninguna persona que nos
obligue a cederle el asiento. Nos
acomodamos, nos adueñamos de esa pequeña porción acolchonada –y en algunas
ocasiones, dura– de espacio. Pasan los minutos y meditamos mejor, “es un deber
moral ofrecer mi asiento a alguien que lo necesite más que yo”, nos convencemos
de que es lo correcto. Comienzas a acostumbrarte a la cálida sensación de
reposo que tu cuerpo encuentra, tus ojos se doblegan con suavidad y suspiras
tranquilo porque sabes que aún queda tiempo para llegar a tu destino. Pero de
pronto, el cobrador grita un poco cortés “asiento reservado”; sabes que debes
abrir los ojos y ver quien es la persona que lo demanda, sin embargo, te
mantienes atento en la oscuridad, esperando a que alguien más realice aquello
que te habías propuesto a hacer.
Una gestante o un anciano, suplica que por favor
alguien pueda darle, lo que por ley le corresponde. Al parecer, todos duermen y
están demasiado agotados como para realizar ese “sacrificio”. La conciencia
comienza a martillear a los más sensibles, pero a pesar de eso, la indiferencia
que se climatiza en el lugar es más contagiosa que la TBC circulante por el
aire.
¿Quién nos entiende? Nos quejamos de otras injusticias
e indiferencias, entre comillas mayores, que suceden en nuestro país, cuando
los portadores de este suceso amoral disfrazado de excusas, somos nosotros.
El título de aquella imagen, nos hace ver que estamos
siendo infectados con el virus de la fría indiferencia, ante personas igual a
nosotros. No estamos exentos de algún día llegar a cumplir tantos años que
nuestro cuerpo nos cobre la factura, o –en el caso de las mujeres– de ser
madres. Las leyes de la vida son así.
¿Sí es algo patológico? No lo creo. Ellos no provocan
sueño, sino una sentida indiferencia. Descubrimiento o no, es un claro suceso de
la realidad.
La ley ni ninguna conciencia moral nos obliga a llegar a ser ancianos o madres -para quienes lo sean- y fastidiar al resto por ello. En la vida no todo es exigir, también hay deberes, la prevención es un buen mecanismo. ¿No queremos que los añejos y arrugados y las preñadas se debiliten parados en alguna parte de un bus público? Pues que se suban a uno con asientos que los esperen y que no molesten al resto de asientos que por ley (sí, por ley) no les corresponde.
ResponderBorrarAlgún día llegaré a ser viejo y odiado, seguramente.
Querido Loui, concuerdo contigo, no hay ley ni conciencia moral que nos obligue a ser ancianos, pero si un Dios que estableció desde un principio las etapas de vida. Cada quien es libre de elegir si desea ser madre, sin embargo, llegar a la vejez, es inevitable (cada minuto, tu y yo somos más viejos). En fin, este post, solo pretende despertar con cariño, la conciencia de cada lector, para que en algún momento de nuestra vida, no nos salga "el tiro por la culata".
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