Al coquetear la noche, y rozarla, el día se tiñe naranja variopintado por los colores del melancólico sol. Es la playa y es verano. La arena no se define entre fría ni caliente y el mar pretende rebelarse una vez más, solo la acción del viento lo controla y desata. Los caminantes observan lo que no pueden cambiar y se acongojan por la insignificancia de su tamaño, un sentimiento sobrecogedor los hace mirar y admirar el mar en su monstruosa dimensión y los colores del verano de tarde los colocan en el sitio donde el corazón les palpita más rápido y a sus pensamientos, los sentimientos, les exigen razonar sobre la volatibilidad de su existencia, sobre el amor, el dolor, la eternidad, la mortalidad, el rápido paso del verano y la la ligera huella que dejan sobre la arena. Todo ello efímero, como sus vidas, como fue algún pasado que incluso arde al recordar; como el incierto futuro; como el veloz galope del presente al que hay que sujetar con ambas para que no se les escape.
La playa de día, en el apogeo del sol, es otra que la del atardecer. Los elementos creados se disponen a mostrar con fiereza su rasgo más poderoso y la mente humana no se resiste a sentirse humillada luego de observar tanta grandeza.
El poder de la playa solo puede resistirse en compañía, en soledad el compás y peso de la profundidad puede ahogar el espíritu más feliz. Entonces las almas se juntan de a dos y las manos se entrelazan; los dedos amarrando la mano del otro dejan caer por las comisuras granitos de arena que chorrean y abundan en el paraje costero. Se toman de las manos y se sienten más fuertes, no ha de importar si dos debilidades se han unido para hacer una debilidad más compleja. Dos manos entrelazadas pueden más que la fricción de la arena, que la corrosiva espuma del salado mar, que la acción violenta de todos los vientos, que el naranja escarlata del tirano sol.
Dos manos entrelazadas se sienten más fuertes y poderosas que todos los elementos creados porque se saben inconscientemente sujetadas a la par y al mismo tiempo, en simultáneo, por la cohesión de lo no creado, de lo que supera el miedo, la angustia, los sentimientos y los pensamientos. Se sienten invencibles, porque dos manos entrelazadas son el reflejo de lo único que permanecerá para siempre: el amor.
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