Desde los hombros de mi padre todo era posible.
El calor del sol en el ambiente mezclándose con el viento lozano, característico en la sierra. En la sombra, frío; y en la claridad, calor. Acaban de llegar los juegos mecánicos. Me cojo de la mano de mi padre fuertemente para no caer. El tamaño de aquellas máquinas de diversión es enorme, en un lado de la feria las manzanas acarameladas se preparan, los algodones de azúcar se muestran por sobre las cabezas de los transeúntes, del mismo modo los hombres en zancos repartiendo invitaciones para la función del circo esa tarde, y la multitud de personas vestidos y peinados conforme a la moda de esa época. Fines de los ochenta.
El calor del sol en el ambiente mezclándose con el viento lozano, característico en la sierra. En la sombra, frío; y en la claridad, calor. Acaban de llegar los juegos mecánicos. Me cojo de la mano de mi padre fuertemente para no caer. El tamaño de aquellas máquinas de diversión es enorme, en un lado de la feria las manzanas acarameladas se preparan, los algodones de azúcar se muestran por sobre las cabezas de los transeúntes, del mismo modo los hombres en zancos repartiendo invitaciones para la función del circo esa tarde, y la multitud de personas vestidos y peinados conforme a la moda de esa época. Fines de los ochenta.
“Cerrito de la Libertad”, el mirador hacia toda la ciudad. El clima
perfecto y las nubes de lluvia en el horizonte. Los caminos sinuosos a través de
las jaulas del zoológico, algunas águilas, monos pequeños y los peces. Como
atracción principal: un león dormilón que cuando rugía todos se espantan y
asombran.
El carrusel que intercalaba caballos, motos y carros. Kapuká, decía para hacer entender mi deseo de subir a una cabalgata imaginaria. Aún en los hombros de mi padre, llego hasta la boletería y luego me suben al juego. Busco mi caricatura favorita en la pared del centro y me acomodo para que empiecen las vueltas. Mis padres me saludan y hacen ademanes para saber de mi felicidad mientras cabalgo imaginariamente acompañado de Condorito.
***
La luz ingresa en mi dormitorio a través de la ventana. No otra vez, digo
para desanimarme de ir al colegio. Me alisto a regañadientes entre la luz azul de la madrugada y entre mis
papeles encuentro un libro que dejé a medias, lo guardo en mi mochila. Me despido raudo después del
desayuno.
A la hora del recreo me pongo los audífonos y escucho la música juvenil de ese entonces. Siguiendo el mainstream. Al descansar en las sillas del parque interno del colegio veo a los niños de primaria jugando a las chapadas,
los niños de sexto grado repartiendo sus cartas de batalla de personajes de dibujos animados y las niñas
intercambiando merchandising de la serie/novela adolescente de moda. Cada uno
(incluido yo) cumpliendo nuestro rol según el estereotipo de nuestra edad.
Al repasar la mirada por los balcones veo bajar por las escaleras a un grupo
de chicas que conversan entre ellas sobre los temas que no podía imaginar a esa
edad. Una de ella tenía una sonrisa bella y al lado de su sonrisa, un lunar. Le presté mayor
atención, se dirigían al quiosco a comprar algunas golosinas. ¿Cómo imaginar que siete años después estaríamos conversando tomados de la mano, en la universidad?
***
Los errores que un hijo comete, duelen a los padres. Incluso, creo que un poco más a las madres. Había defraudado a mis padres, no podía
perdonarme a mí mismo esas actitudes de rebeldía, alejamiento y contradicción
de los principios que en la niñez había aprendido a aplicar a mi vida.
Mi madre tomó la iniciativa. Hijo, perdónanos por no estar tan cerca de tus
problemas – dijo triste y firme al mismo tiempo. Entendí que se culpaban de
mi comportamiento, sin embargo, también entendí que mi
responsabilidad en la preparación para mi madurez debió empezar hace mucho. Así
es mi madre, me dice mucho con pocas palabras.
Esa mañana la noté distinta. La energía que tenía en sus ojos se estaba acabando. Me prometió que haría lo posible porque todo mejoraría. Miró a mi padre a los ojos. Y nos pedimos perdón, los tres. No volví a salir de casa para hacer cosas ilegales. No volví a
pensar que podría ser dueño de mi futuro sin considerar a mis seres queridos.
***
Hoy, unos años después. Miro atrás y
reviso los episodios que viví. Hubieron eventos que nos afectaron y nos pusimos tristes, hubieron situaciones en las que gracias a alguien terminamos beneficiados, hubieron discusiones que pudimos evitar, hubieron personas que pudimos conocer más y mejor,
hubieron momentos en que debimos agradecer y dedicar más de nosotros mismos.
Sin embargo, aprendí a estar satisfecho por lo vivido y resarcir los errores que cometí, a apreciar cada instante, a planificar el futuro apreciando la compañía de nuestros seres queridos, a perdonar, a pedir perdón y a agradecer a Dios por la vida, familia y amigos que tengo.
Sin embargo, aprendí a estar satisfecho por lo vivido y resarcir los errores que cometí, a apreciar cada instante, a planificar el futuro apreciando la compañía de nuestros seres queridos, a perdonar, a pedir perdón y a agradecer a Dios por la vida, familia y amigos que tengo.
Nos vemos el siguiente martes.
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