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El alma ha esparcido muchos versos inútiles durante la historia. Versos que quizá nunca llegaron a su destino.
Páginas sueltas, cuadernos viejos, lágrimas que se decantaron aceitosas formando palabras azarosas que conforman una nueva forma de ver el mundo.
Allá ella, una luz bajo la noche, que me habla en un idioma simbólico, a la cual no respondo, ante la cual absorto llego a sumirme en el más profundo silencio. Ella me está mirando.
Sus cabellos sueltos no me alcanzan, sólo sus manos. Entonces todo toma sentido: los colores se pierden, las voces se apagan, las noches se encienden y al fondo de algún pasillo una mirada habla de sí misma.
He sido aprehendido por sus ojos, sus manos apenas me tocan, marcando mi rumbo, arruinando mi soledad. He querido hablar y me ha callado con sus palabras no dichas, he rozado sus mejillas y he perdido la noción del tiempo, he viajado al país de los eternos y poco a poco he abierto más los ojos, para soñarla, de manera más real como se continúan los sueños después de despierto.
Pero entonces la luz se va apagando lentamente, ella se va y me quedo en el limbo. Sus manos se alejan, sus horas también. Va quedando de ella un recuerdo agridulce y unas huellas que marcaron mi rumbo.
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