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Un blog diferente.

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lunes, 27 de enero de 2014

Hasta pronto

La última vez que la vi sus ojos me decían adiós. Tocó mi rostro y estampó en mis mejillas un beso muy dulce, indeleble, marca de su amor. "No me quiero ir. No me quiero ir". Dijo entre lágrimas que brotaban escasamente de sus ojos. Al verla, mis ojos copiaron a los suyos y dejaron caer las mismas lágrimas de tristeza. El dormitorio parecía ensombrecido y la luz se hacía insuficiente para iluminar nuestros rostros que yacían entre el dolor y la sensación prematura de ausencia.
Afuera discutían, acalorados, todos. Lloraba una y las demás exponían razones sobre la cuestión que afectaba nuestro ambiente. Me acerqué casi temblando, con lágrimas en los ojos, con los puños encrispados de rabia, impotencia, miedo. Contemplaba las mismas brujas que en mi infancia vi en ellas e imaginaba al mismo tiempo la escena triste de tener lejos a esa mujer, a quien amaba. Dije mucho, pero no cambió nada.
En el dormitorio, esa mujer cubría sus canas bajo el velo de sus tristeza y había cerrado la puerta de su espacio, ahora temporal.

La despedida fue triste, subió al taxi como una rea condenada a cadena perpetua. Nunca más la vería a deshoras, nunca más oiría sus historias, ni jugaría con sus cabellos mientras me contaba las historias de su infancia y me hablaba sobre la vida. Dejó en mi lugar un vacío que no es fácil de llenar. Y por saber que está allá esperándome, sentada en una silla que no es suya, en un cuarto pagado, junto a más personas que tienen su misma condición, vuelvo a derramar alguna lágrima, a veces más lágrimas, incluso tan abundantes como en su despedida.

Hoy escribo en un cuaderno que compré especialmente para ella. Aquí le digo todos los "te quiero" que no me permite el tiempo. Aquí no la extraño, aquí está conmigo...

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