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Un blog diferente.

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viernes, 31 de enero de 2014

Corazonada

Corría por los gélidos pasillos del nosocomio, sin pausa, sin descanso, sin secar las gotas de sudor que surcaban su frente; la angustia cual costal de arena se amontonaba en sus brazos, el sabor a hiel le ganó la partida a la menta que había degustado hace minutos ¡y sus pies que no respondían!
Trastabillando se abrió paso entre una multitud que se amalgamaba con el ambiente tan serio del aquel lugar, los gestos de las personas eran bizarros, sus voces perturbadoras, el olor a medicamento lo asqueaba más de la cuenta. Siempre había odiado los hospitales, y ahora, solo imploraba que este fuera la salvación de su vida.

Pensó en detenerse cuando el corazón le saltó con fuerza, martillando sus costillas, como queriendo escapar para llegar primero. ¡No! no podía, una corazonada le decía al odio, le susurraba con voz casi inaudible que no se detuviera. Era su voz.

Cuando llegó, deslizó ávidamente sus ojos por la habitación, notó su pequeña silueta, postrada y empapada por la lluvia, sus ojos entrecerrados, su respiración imperceptible, sus labios secos; su delgado cuerpo inmóvil. La pelea en el auto, las bocinas, el semáforo, y el choque que los dejó inconscientes a ambos.


“Debiste oírme, cuando te hable de aquel presentimiento” le reprochó arrodillado junto a la camilla, se llevó automáticamente la mano al pecho, el dolor le dolía. Ella tosió y parpadeando con suavidad lo miró como siempre, con dulzura y paciencia. “Tranquilo, ahora yo tengo una corazonada… estarás bien” masculló; un escalofrío invadió sin permiso su espalda, los médicos se movían a su alrededor. Lágrimas asaltaron al sujeto de ojos brillosos, negó con la cabeza cuando le pidieron que se retirara, ella había empezado a convulsionar. Gritó su nombre, el corazón se le estrujaba, su respiración se apagaba, y su mundo se desplomaba. La enfermera le pedía que mantuviera la calma, y se asomó por última vez a la ventanilla de la sala.
El pitido del desfibrilador marcó el último latido de su corazón, y el insípido final de su propia corazonada.

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