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Un blog diferente.

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miércoles, 13 de agosto de 2014

Cacosmia.

Esa tarde había sido diferente, diferente de todas las demás. La cocina estaba un poco desordenada y en la sala principal de la casa (ataviada y pulcra siempre) se dejaba ver una pequeña revolución. Que no todo esté en el lugar indicado era un indicativo de la ruptura del 'siempre' para convertirse en un 'ahora', distinto. La rutina de años estaba quebrada como un vaso de cristal que por años nadie había tocado y que de pronto al querer darle alguna utilidad, este resbala de los dedos y choca con la materia de la realidad, emitiendo el sonido característico del cambio, de la sorpresa, de lo nuevo y lo que pasó. La cocina y la sala sonaban a cristal roto. ¿Qué le había pasado a esta mujer?
El señor, marido, don algo, el buen ciudadano que todas las mañanas salía a comprar el pan y la leche siempre a la misma hora y en los mismos lugares escogiendo las mismas especies de todo lo que conseguía, estaba abrumado. El cristal roto le era hediondo, ¿qué había pasado con la mujer?
Al instante, se abrió la puerta principal, el sonido siempre de la misma llave al ingresar por la cerradura se lo había anticipado. Ella lucía diferente, radiante, vestida como se visten las solteras sin hijos, pero su gesticulación al verlo cambió velozmente, el sinsabor se representó en una mueca que no dice nada y por ello explica todo. Verla así lo llenó de ternura, la vio entrando como la primera vez que entraron en ese recinto y la casa era nueva y ella al verla gesticuló emoción, intensidad, alegría, la emoción de lo nuevo.
Y recordó el mismo gesto en su rostro de joven, antes que lleguen los años con sus días iguales, cuando terminando de hacer el amor por primera vez ella lo sujetó con fuerza por el brazo izquierdo y le dijo que era el hombre de su vida, que ella era la mujer más feliz del mundo. Era el mismo rostro que puso al ver a su primer hijo nacer, luego los tres más que siguieron. Como cuando le dijo que sí la primera vez o cuando un beso era el beso que recordarían mientras no se acostumbraran, esa palabra, qué palabra la costumbre, el mismo gesto que puso luego del primer beso y de la primera vez que hizo él pública la relación. Era el gesto, la cara, la forma visual del cristal roto. Si el cristal al romperse hubiera tenido cara, esa sería su cara precisamente.
Pero los años, pero la misma almohada, pero los hijos, pero la casa, pero la escoba, pero la calle, pero el mercado, pero los domingos familiares, pero la ropa que se ensucia, pero la ropa que se compra todos los días 29, pero las salidas en familia, pero las formas, pero la educación, pero el qué van a decir los vecinos, pero la iglesia, pero los viernes a las 10 de la noche que el televisor se veía apagado y ya no se encontraba un sentido al porqué, pero las conversaciones familiares todas iguales, pero los mismos besos por tantos años todos iguales y repetitivos, pero la misma canción, pero los días de la madre, pero los días de la mujer, pero los cumpleaños, pero las navidades, pero las mismas flores, pero el mismo perfume por treinta años, pero los besos sin sabor ni sentido, pero las mañanas frías, pero las noches que tenían sueño, pero el café sin azúcar, pero la misma comida favorita, pero el mismo champú, pero el mismo jabón, pero los jueves de hacer el amor, pero la jamonada en el pan, pero su camisa que le queda bien, pero la plancha, pero las mandarinas, pero los estados de cuenta, pero los salarios.
Al final nos hemos acostumbrado a ver la misma porquería y estamos acostumbrados a la repetición y nos creemos felices. No, nos sabemos infelices. Nos creemos normales, eso.
Y la mujer que aburrida cogió otro bigote ese martes a las 3.30 de la tarde. El cristal se rompió.
El señor, el don, el marido, el buen tipo deja pasar a su mujer y le indica que ponga todo en orden, que se va a bañar, que ya está retrasado en comparación de -todos-los-días-.
Qué bonita es la misma tarde todas las tardes y el mismo embotamiento emocional que sabe dopar y anular la novedad. Qué hermoso comer todos los días y decir que está sabroso. Ella se preguntaba si acaso cocinar un día cualquier cosa con el peor sabor no sería por lo menos una bendición.

Un día más en el calendario. El calendario colgado con estricta prudencial distancia con el reloj y más abajo una tarjeta colgada, un regalo (o condena) de algún amigo que los visitaría alguno de estos domingos para hablar siempre las mismas cosas. Rezaba el rótulo: Y fueron felices para siempre.
***
Cacosmia.- “Perversión del sentido del olfato en cuya virtud resultan agradables los olores repugnantes o fétidos.” - JULES MICHELET;. Francia; 1798-1874.

Loui

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