Esa
tarde había sido diferente, diferente de todas las demás. La cocina estaba un
poco desordenada y en la sala principal de la casa (ataviada y pulcra siempre)
se dejaba ver una pequeña revolución. Que no todo esté en el lugar indicado era
un indicativo de la ruptura del 'siempre' para convertirse en un 'ahora', distinto. La
rutina de años estaba quebrada como un vaso de cristal que por años nadie había
tocado y que de pronto al querer darle alguna utilidad, este resbala de los
dedos y choca con la materia de la realidad, emitiendo el sonido característico
del cambio, de la sorpresa, de lo nuevo y lo que pasó. La cocina y la sala
sonaban a cristal roto. ¿Qué le había pasado a esta mujer?
El
señor, marido, don algo, el buen ciudadano que todas las mañanas salía a
comprar el pan y la leche siempre a la misma hora y en los mismos lugares
escogiendo las mismas especies de todo lo que conseguía, estaba abrumado. El
cristal roto le era hediondo, ¿qué había pasado con la mujer?
Al
instante, se abrió la puerta principal, el sonido siempre de la misma llave al
ingresar por la cerradura se lo había anticipado. Ella lucía diferente,
radiante, vestida como se visten las solteras sin hijos, pero su gesticulación
al verlo cambió velozmente, el sinsabor se representó en una mueca que no dice
nada y por ello explica todo. Verla así lo llenó de ternura, la vio entrando
como la primera vez que entraron en ese recinto y la casa era nueva y ella al
verla gesticuló emoción, intensidad, alegría, la emoción de lo nuevo.
Y
recordó el mismo gesto en su rostro de joven, antes que lleguen los años con
sus días iguales, cuando terminando de hacer el amor por primera vez ella lo
sujetó con fuerza por el brazo izquierdo y le dijo que era el hombre de su
vida, que ella era la mujer más feliz del mundo. Era el mismo rostro que puso
al ver a su primer hijo nacer, luego los tres más que siguieron. Como cuando le
dijo que sí la primera vez o cuando un beso era el beso que recordarían mientras
no se acostumbraran, esa palabra, qué palabra la costumbre, el mismo gesto que
puso luego del primer beso y de la primera vez que hizo él pública la relación.
Era el gesto, la cara, la forma visual del cristal roto. Si el cristal al
romperse hubiera tenido cara, esa sería su cara precisamente.
Pero
los años, pero la misma almohada, pero los hijos, pero la casa, pero la escoba,
pero la calle, pero el mercado, pero los domingos familiares, pero la ropa que
se ensucia, pero la ropa que se compra todos los días 29, pero las salidas en
familia, pero las formas, pero la educación, pero el qué van a decir los
vecinos, pero la iglesia, pero los viernes a las 10 de la noche que el
televisor se veía apagado y ya no se encontraba un sentido al porqué, pero las
conversaciones familiares todas iguales, pero los mismos besos por tantos años
todos iguales y repetitivos, pero la misma canción, pero los días de la madre,
pero los días de la mujer, pero los cumpleaños, pero las navidades, pero las
mismas flores, pero el mismo perfume por treinta años, pero los besos sin sabor
ni sentido, pero las mañanas frías, pero las noches que tenían sueño, pero el
café sin azúcar, pero la misma comida favorita, pero el mismo champú, pero el
mismo jabón, pero los jueves de hacer el amor, pero la jamonada en el pan, pero
su camisa que le queda bien, pero la plancha, pero las mandarinas, pero los
estados de cuenta, pero los salarios.
Al
final nos hemos acostumbrado a ver la misma porquería y estamos acostumbrados a
la repetición y nos creemos felices. No, nos sabemos infelices. Nos creemos
normales, eso.
Y la
mujer que aburrida cogió otro bigote ese martes a las 3.30 de la tarde. El
cristal se rompió.
El
señor, el don, el marido, el buen tipo deja pasar a su mujer y le indica que
ponga todo en orden, que se va a bañar, que ya está retrasado en comparación de -todos-los-días-.
Qué
bonita es la misma tarde todas las tardes y el mismo embotamiento emocional que
sabe dopar y anular la novedad. Qué hermoso comer todos los días y decir que
está sabroso. Ella se preguntaba si acaso cocinar un día cualquier cosa con el
peor sabor no sería por lo menos una bendición.
Un
día más en el calendario. El calendario colgado con estricta prudencial
distancia con el reloj y más abajo una tarjeta colgada, un regalo (o condena)
de algún amigo que los visitaría alguno de estos domingos para hablar siempre
las mismas cosas. Rezaba el rótulo: Y fueron felices para siempre.
***
Cacosmia.- “Perversión
del sentido del olfato en cuya virtud resultan agradables los olores
repugnantes o fétidos.” - JULES MICHELET;. Francia; 1798-1874.
Loui
Loui
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