— ¡Ay viejo!, el libro que tú escribiste.
Su mirada denotaba asombro y ocultaba el candor de
un infante.
— ¿Yo escribí un libro? —murmuró.
—Escribiste muchos —dijo aquella mujer de tez
blanca tan parecida a la nieve, sus mejillas albergaban un suave color
carmesí—. Todos te admiraban y respetaban, eras muy famoso —argumentó con
orgullo. Una pícara sonrisa dejó ver sus dientes —. Nunca faltó una que otra
atrevida… pero siempre las puse en su lugar —una carcajada inundó la sala, el
encanecido hombre sonrió con suavidad al oírla y tomó asiento en un cómodo
sillón anhelando escuchar más de aquel cuento.
El pitido de la tetera provocó que la alegre dama
fuera a la cocina.
Una foto colgada en la pared captó la atención del
señor, estaba enmarcada hermosamente con madera y de muy fina calidad, pasó sus
dedos e inhalando el cuadro suspiró tranquilo.
La fotografía rememoraba las nupcias de una
enamorada pareja. Se llevó la mano a su áspero rostro y palpando el lunar que
reposaba en su pómulo izquierdo supo que el feliz joven de la foto era él, pero, ¿quién era la bella señorita a quien abrazaba amorosamente? Oír un nombre lo
hizo girar sobre sus talones.
Era extraño, no recordaba llamarse así, pero todo
en el ambiente le sabía tan familiar.
—Aquí tienes, querido, con cuidado que está
caliente.
El anciano hombre recibió la taza y atreviéndose a
sorber un poco del contenido, descubrió el gusto por aquella bebida.
— ¿Cómo sabes que me gusta el chocolate? - Preguntó con inocencia, ella hizo una mueca alegre
y alzando los hombros respondió.
—Oh yo sé muchas cosas sobre ti —espetó, y de
pronto la tristeza invadió su rostro—. ¿Quieres que leamos uno de tus libros?
—le consultó.
—Si yo escribí muchos libros, ¿por qué no lo
recuerdo? - La bella dama se acercó y tocando su brazo le
sonrió con serenidad.
—Los mejores escritores, dedican toda una vida a
plasmar sus ideas en papel, a contar sus aventuras e intenciones más ocultas…
vierten parte de su alma en cada página escrita. A ti te pasó aquello. Te
entregabas a ti mismo cuando escribías. Y ahora no recuerdas lo que la tinta se
encargó de inmortalizar.
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