El tren avanza a una velocidad casi constante, el cielo clarea. No hay mucha gente en las calles ni hay muchos testigos en el tren.
Estamos sentados los dos juntos y hablamos sobre algún tema inespecífico. Ella toma mi mano de vez en cuando con cariño y me mira y ríe. Parecemos dos niños jugando al amor, parecemos dos locos hablando sobre la vida.
Pero ella es mi mundo, se está convirtiendo en él. Y en silencio a veces le digo las cosas que el temor reprime, entonces ella me sonríe y me pregunta si estoy bien, si tengo fiebre, y vuelve a reír. Solamente sonrío y la amo más...
Los paraderos pasan uno tras otro, ella recuesta su cabeza sobre mi hombro, y pretendo estar muy tranquilo, pero desvarío y si hablase en ese momento ella lo notaría al instante. Sin embargo, yo sé lo que ella sabe, pero no creo que lo imagine. Pues ambos seguimos de alguna manera errantes: Ella quiere conocer el amor y yo creo conocerlo en teoría aunque realmente poco sé.
Sus cariños llegan como la lluvia, en el momento en que la naturaleza los considera oportunos, y se me muestra clara y me pregunta los porqués de la vida y yo no respondo. Me quedo callado aunque quisiera decirle mucho, tanto, que ella no imagina lo que yo imagino cuando la veo sonreírme de esa manera.
En algún momento tengo que bajar del tren. Camino solo: ella no vendrá conmigo. Sonríe, me abraza y me alejo sin voltear. Y el día avanza, pero cómo quisiera que ese momento fuera eterno. Cómo quisiera que conozca el amor conmigo aunque sea en teoría y no con él...
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