Primero de Noviembre del Dos Mil Once
Ayer,
después de tanto tiempo me dí un tiempo para visitar el Museo de la
Nación. Un lugar donde disfruto mucho, por el silencio y por
la información que guarda dispuesta a ser atendida y aprehendida.
Caminar como mínimo unas dos horas observando hitos que perduran en el
tiempo para contar historias. Cerámicas, retablos, lienzos, libros,
fotografías, cada objeto es importante para evocar memorias
de historias que no conocimos.
Nací
a fines de la década de los ochenta, recuerdo vagamente el terror que
se vivía en el Perú por ese entonces, las noticias de atentados eran
borrosas frente a programas de televisión en blanco y negro que
intentaban alegrar al público ya mermado de llanto y dolor en la
situación política y social que impedía al Perú desarrollarse en
educación y en economía. Las conversaciones de preocupación de los
adultos no era oculta, sin embargo el brillo de juguetes de plástico o
de un algodón de azúcar hacían que mi atención se dispersara. Abrí mis
ojos a la realidad peruana durante el gobierno de Fujimori, donde
aparentemente las cosas estaban más estables. Sin embargo, las noticias
en la televisión sobre atentados y luchas antiterroristas, la imagen de
un hombre de barba con polo y pantalón a rayas detrás de unas rejas
caminando de un lado a otro levantando la mano izquierda se habían
quedado grabadas en mi memoria infantil y sabía de una situación difícil que
tuvo que vivir el Perú. Recuerdo la
historia que contaban mis padres sobre la travesía para regresar a casa, pues estabamos de viaje de vacaciones, qué tuvimos que hacer
cuando el inti cambió a nuevo sol.
Escuchar hablar a personas sobre el dolor de huir de sus tierras para
llegar a Lima, escapando del terrorismo donde la mejor opción que podías
tomar era quedar callado para que ni los miliares, ni los terroristas,
te hagan algo. Fotos de personas haciendo colas para conseguir
alimentos, toques de queda, juicios donde lo que menos se practicaba era
la justicia, todo grabado como un mal sueño, borroso.
La
exposición Yuyanapaq, me enseñó a valorar lo que realmente fue ese
episodio de terror para el Perú y de los estragos que todavía se siguen
sin solucionar en esta época. El inicio de la "guerra armada" se
localizó mucho tiempo antes de que se declarara, como cualquier pleito
las heridas se empiezan a marcar cuando los malentendidos y el
desconocimiento de la total situación empujan a tomar decisiones
erróneas, impulsadas por la emoción negativa de sentirse denigrado y buscar venganza. La
brechas sociales que diferencian a una personas de otra hace que las
emociones basadas en la frustración impiden el uso adecuado de la razón y
el recurso próximo es la violencia.
Eso pudo ser previsible, prevenible y evitable. Pero las cosas se dieron así, y lo mejor que podemos hacer
ahora es aprender de ese doloroso pasado. Mi interés por el pasado
político de mi país me llevó a conocer que se escribieron muchos
testimonios de personas que vivieron en comunidades poco atendidas por
el gobierno donde iniciaron ideologías radicales de izquierda que
idealizaron un sociedad sin jerarquías aparentes. El dolor que
produjeron sus impulsiones afectaron tanto al país que el número de
víctimas ascendió a más de sesenta y nueve mil personas asesinadas
en circunstancias de desesperación. Por un lado los terroristas no podian avanzar en
la propagación de una idea, y por el otro los militares tenían que acabar con la afrenta al estado, sin embargo en el centro estuvo el pueblo, los que menos protegidos estuvieron. Las víctimas están hasta ahora con
el cargo de sus recuerdos imborrables, traumas mal procesados que
afectan a sus descendientes, y generan familias con resentimiento, con
miedo, con dificultades para crear soluciones positivas a su situación, con el deseo que las cosas sigan igual que antes estancándose en sus costumbres.
Las
generaciones que llegan después de conflictos crean diferentes formas
de afrontar su entorno, algunos deciden la autodefensa de sus
propiedades, otros buscan la conquista de nuevos bienes, otros se
refugian en su soledad y sufren en silencio, otros son indiferentes a
su frustración y creen que nada sucedió, pocos son los que deciden
aprender del pasado y trazarse metas que puedan desarrollar una sociedad
de cooperación, responsabilidad y respeto, una sociedad donde se busque
el bien común y se ponga de lado el egoísmo.
Yuyanapaq insta a un
esfuerzo conjunto que promueva el trabajo mancomunado de estado y pueblo
para el desarrollo de políticas que afiancen un avance tolerante, progresivo, escalonado y
sostenido entre la pluralidad de pobladores en nuestro país. Esto nos permitirá
aprender de una forma madura y responsable a afrontar los grandes estragos
que dejó esta guerra. Estemos listos a no olvidar, recordar y
concretar un futuro mejor para la sociedad y las generaciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario