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Un blog diferente.

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martes, 14 de enero de 2014

Yuyanapaq

Primero de Noviembre del Dos Mil Once

Ayer, después de tanto tiempo me dí un tiempo para visitar el Museo de la Nación. Un lugar donde disfruto mucho, por el silencio y por la información que guarda dispuesta a ser atendida y aprehendida. Caminar como mínimo unas dos horas observando hitos que perduran en el tiempo para contar historias. Cerámicas, retablos, lienzos, libros, fotografías, cada objeto es importante para evocar memorias de historias que no conocimos.

Nací a fines de la década de los ochenta, recuerdo vagamente el terror que se vivía en el Perú por ese entonces, las noticias de atentados eran borrosas frente a programas de televisión en blanco y negro que intentaban alegrar al público ya mermado de llanto y dolor en la situación política y social que impedía al Perú desarrollarse en educación y en economía. Las conversaciones de preocupación de los adultos no era oculta, sin embargo el brillo de juguetes de plástico o de un algodón de azúcar hacían que mi atención se dispersara. Abrí mis ojos a la realidad peruana durante el gobierno de Fujimori, donde aparentemente las cosas estaban más estables. Sin embargo, las noticias en la televisión sobre atentados y luchas antiterroristas, la imagen de un hombre de barba con polo y pantalón a rayas detrás de unas rejas caminando de un lado a otro levantando la mano izquierda se habían quedado grabadas en mi memoria infantil y sabía de una situación difícil que tuvo que vivir el Perú. Recuerdo la historia que contaban mis padres sobre la travesía para regresar a casa, pues estabamos de viaje de vacaciones, qué tuvimos que hacer cuando el inti cambió a nuevo sol. 

Escuchar hablar a personas sobre el dolor de huir de sus tierras para llegar a Lima, escapando del terrorismo donde la mejor opción que podías tomar era quedar callado para que ni los miliares, ni los terroristas, te hagan algo. Fotos de personas haciendo colas para conseguir alimentos, toques de queda, juicios donde lo que menos se practicaba era la justicia, todo grabado como un mal sueño, borroso.

La exposición Yuyanapaq, me enseñó a valorar lo que realmente fue ese episodio de terror para el Perú y de los estragos que todavía se siguen sin solucionar en esta época. El inicio de la "guerra armada" se localizó mucho tiempo antes de que se declarara, como cualquier pleito las heridas se empiezan a marcar cuando los malentendidos y el desconocimiento de la total situación empujan a tomar decisiones erróneas, impulsadas por la emoción negativa de sentirse denigrado y buscar venganza. La brechas sociales que diferencian a una personas de otra hace que las emociones basadas en la frustración impiden el uso adecuado de la razón y el recurso próximo es la violencia. 

Eso pudo ser previsible, prevenible y evitable. Pero las cosas se dieron así, y lo mejor que podemos hacer ahora es aprender de ese doloroso pasado. Mi interés por el pasado político de mi país me llevó a conocer que se escribieron muchos testimonios de personas que vivieron en comunidades poco atendidas por el gobierno donde iniciaron ideologías radicales de izquierda que idealizaron un sociedad sin jerarquías aparentes. El dolor que produjeron sus impulsiones afectaron tanto al país que el número de víctimas ascendió a más de sesenta y nueve mil personas asesinadas en circunstancias de desesperación. Por un lado los terroristas no podian avanzar en la propagación de una idea, y por el otro los militares  tenían que acabar con la afrenta al estado, sin embargo en el centro estuvo el pueblo, los que menos protegidos estuvieron. Las víctimas están hasta ahora con el cargo de sus recuerdos imborrables, traumas mal procesados que afectan a sus descendientes, y generan familias con resentimiento, con miedo, con dificultades para crear soluciones positivas a su situación, con el deseo que las cosas sigan igual que antes estancándose en sus costumbres.

Las generaciones que llegan después de conflictos crean diferentes formas de afrontar su entorno, algunos deciden la autodefensa de sus propiedades, otros buscan la conquista de nuevos bienes, otros se refugian en su soledad y sufren en silencio, otros son indiferentes a su frustración y creen que nada sucedió, pocos son los que deciden aprender del pasado y trazarse metas que puedan desarrollar una sociedad de cooperación, responsabilidad y respeto, una sociedad donde se busque el bien común y se ponga de lado el egoísmo. 
Yuyanapaq insta a un esfuerzo conjunto que promueva el trabajo mancomunado de estado y pueblo para el desarrollo de políticas que afiancen un avance tolerante, progresivo, escalonado y sostenido entre la pluralidad de pobladores en nuestro país. Esto nos permitirá aprender de una forma madura y responsable a afrontar los grandes estragos que dejó esta guerra. Estemos listos a no olvidar, recordar y concretar un futuro mejor para la sociedad y las generaciones.

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