Claro, definitivamente esa clase de chica no nace
con un paquete colorido de suerte debajo del brazo, ni crece en medio del
escenario recibiendo aplausos y ovaciones, tampoco se queda con el príncipe
azul, ni mucho menos es considerada todo el tiempo por las personas.
Una chica sin suerte, como muchas, como yo.
Y es que si analizo un momento que significa tener
“suerte”, me voy dando cuenta de que es algo mítico en lo que los seres humanos
han depositado todas sus excusas, culpas y desgracias; no algo que en realidad
exista. Y si existe, pues yo no la tengo. ¡Enhorabuena!
Las chicas sin suerte, aquellas que jamás tuvimos
el vestido rosado de moda, las que jamás estuvimos en el listado de las más
populares, ni a las que les chorreaban por montones los amigos; tenemos algo mejor,
intrínseco, innato, que cuando lo usamos brilla y retumba cual relámpago. Sacude
y transforma nuestra encarcelada “suerte”.
El otro día escuche que alguien decía: «La
suerte de la fea, la bonita la desea», pero la fea no tiene suerte, tiene
actitud. ¡Exacto!
No necesitamos sentarnos a esperar que la mendiga
“suerte” venga y nos regale un poco de todo y de nada, no esperamos a que las
olas nos lleven a una orilla común y corriente. Nosotras remamos con fuerza,
con actitud, con nuestro propio estilo para llegar a donde queremos. Ya no
pedimos limosnas, ni suplicamos por un poquitín de aquello que todas tienen,
nosotras hacemos la suerte.
¿Para que el escenario? ¿Para que el príncipe
azul?
Nosotras -las
de mi clase-, ya nos rebelamos.
Si no eres una «chica con suerte» date cuenta que
no la necesitas, jamás la necesitaste. Tú haces de tus sueños, tus
aspiraciones, tus amores algo más grande, único, e inigualable. Porque somos
grandes, únicas e inigualables. No las típicas “suertudas”.
No existe la suerte, y felizmente digo que soy una
chica sin suerte.
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