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Un blog diferente.

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domingo, 21 de septiembre de 2014

VI. Un día y nada más

Miguel esperó paciente de pie junto a la puerta cristalina de la biblioteca. Su reloj marcaba las seis con veinticinco minutos y no había señal de la persona que esperaba. Pasaron diez minutos más, muy largos, y a lo lejos se divisó alguien que caminaba torpemente, distraída, y chocando con algún transeúnte por casualidad. En vez de adelantarse a su encuentro, esta vez permaneció quieto y observando sus pies por si se presentaba la ocasión de verla trastabillar sólo para sentirse entretenido.
Con la misma paciencia de siempre se plantó ante él, acomodó sus cabellos negros y con una sonrisa, muy similar a la de aquella primera vez, le entregó el libro. El comportamiento extraño que había tomado lo dejó perplejo y, por un buen rato, se mantuvo observándola sin decir nada.
- ¿Sucede algo? - dijo la observada al verlo tan extraño, pues empezaba a creer que estaba loco.
- Nada, absolutamente nada- respondió apartando la mirada y sosteniendo el libro casi al nivel de sus ojos - te lo regreso.
- ¿Qué? ¿Qué tienes?- en su rostro se manifestó una notoria perplejidad. Se acercó un poco más para poder observar mejor su expresión - ¿Por qué no me lo dijiste antes para no venir?
Él guardó silencio por escasos segundos que a ella le parecieron durar más, pues la idea de haber perdido el tiempo no le era muy agradable. Retrocediendo un poco como para recuperar su espacio, que a voluntad había cedido para satisfacer su curiosidad, volvió a observarlo pero con impaciencia más que con extrañeza.
- Yo ya terminé de leerlo - respondió.
- Tú, seguramente, crees que uno tiene mucho tiempo para perder.
- Ya terminé de leerlo, cedértelo no estaría mal. Sólo quería recuperar mi marcador.
- Entre la gente rara que he conocido tú sí te pasas...
- Me voy. Adiós- dijo Miguel sin darle tiempo a hablar más y aseguró su mochila para irse.
Lucy lo vio retirarse con cierta curiosidad. Y nada nuevo sucedió ese día.

La mañana de ese miércoles fue gélida y gris, el invierno parecía haberse establecido por adelantado en ese momento. Con una manta sobre los hombros, sentada, casi acurrucada, en uno de los sillones de la sala, Lucy leía concentrada y como fuera de ese mundo. Por momentos despegaba su mirada y la dejaba perdida en algún punto inespecífico.
Cerca de las nueve de la mañana cerró el libro, lo metió en su morral y se dirigió hacia la puerta. Su madre, despierta mucho antes que ella, sólo se dignó a asomar la cabeza por la puerta de la cocina, pero esta vez se volvió rápidamente para evitar ser descubierta. Lucy había recordado algo: no tenía que darle el libro otra vez. Dibujo una sonrisa victoriosa, por haberse quedado con el libro, pero después esa sonrisa se borró. Seguramente en ese momento se sintió incómoda al darse cuenta, como si no lo hubiese hecho ya, que Miguel había terminado de leer antes que ella y que burlándose de su poca velocidad la había citado sólo para pedir su marcador. Dando vueltas en su mente pronto se cansó y retomó su lectura en el mismo sillón.
Casi una hora después descendió por unas escaleras que conducían al segundo piso, un hombre en bata que llevaba una barba mal afeitada, cabellos ya en escacez, ojos grises o negros desteñidos, cejas pobladas, barriga notoria y arrugas en la frente. Era su padre, de rostro más severo de lo que realmente era, que bajaba pesadamente las escaleras para desayunar. Nunca se atrevió a preguntarle acerca de sus salidas de mañana y ella sabía que no lo haría. Su padre era probablemente uno de aquellos a quienes etiquetarían como "perros", pero reformado y sometido a prueba. Esa situación lo llevaba a ser siempre sumiso, no sabría asegurar si lo que lo movía era el amor por su mujer o el miedo a perderlo casi todo a causa del divorcio, pero allí estaba como fiel guardián de la casa, hombre de trabajo y padre casi ausente y sin voz. De ello había aprendido, Lucy, a sacar provecho, provecho que más usara para su libertad y para ir cada vez que podía a reuniones con sus amigas. Sin embargo esta vez abandonaba a su familia un tiempo y se iba a estudiar a otro punto del país, y por voto unánime entre el padre y la madre. Aunque su padre no se entrometía en sus asuntos estaba siempre al pendiente y sucedió que la había visto con un chico desconocido cerca a la biblioteca por lo que había persuadido a su madre de enviarla a alguna universidad donde pueda retomar de una vez los estudios que había dejado una y otra vez.
En estas cosas, cercanas, ella no pensaba en ese momento. Leyó casi todo el día. Se levantó muchas veces de su lugar, fue a su cuarto, leyó sobre su cama, sobre el suelo, en una silla, caminando y para la hora de la cena llegó a la mesa y mientras con una mano tomaba la taza, con la otra cuidaba no perder la hoja que leía.
"Si vas a leer, te vas a tu cuarto". Dijo su madre, pero Lucy sólo despegó los ojos del libro algo después, se disculpó y cenó velozmente. Cuando terminó, lavó los platos, tazas y cubiertos con la misma velocidad en que comió y fue a tumbarse en el sillón satisfecha. Se disponía a leer cuando su celular dio aviso de un nuevo mensaje.
---- Mañana me das el libro. Imagino que ya lo concluiste. Recuerda que yo usé mi carnet para sacarlo.----
Miró el celular con cierta viveza como tramando algo, pero esa era quizá su típica forma de ver las cosas cuando algo la tomaba por sorpresa.  Las luces de la casa brillaron unas horas más mientras, en el mismo sillón y luego en su cama, Lucy leyó hasta quedarse profundamente dormida, con las luces prendidas de su dormitorio.

Vnto



martes, 16 de septiembre de 2014

Volar

- Mira mamá, esos pajaritos vuelan alto

En sus ojos la nostalgia se trasluce en lágrimas.y el recuerdo de su hijo hace muchos años repitiendo las mismas palabras. Ahora mayor y explicándole a su nieto lo mismo que su esposo le había dicho en el recuerdo vívido.

- Así hijo, tu podrás volar cuando crezcas.

Y los ojos grandes de la sorpresa y el grito de alegría a continuación.

Las imágenes habían formado parte de su vida en muchos episodios. La casa donde habían vivido lucía ahora más pequeña y decolorida. Casi imperceptible. A su lado habían construido un centro comercial y al otro eran las oficinas de una institución del gobierno. El cielo seguía azul profundo y las nubes de algodón viajando lento a través de todo el firmamento. Aùn tenía algunas fotos en el baùl de su casa en Lima con aquel cielo. Tenía álbumes con páginas de cartulina intercaladas con papel manteca semitransparente. En las páginas negras habían ranuras diagonales para encajar las cuatro esquinas de las fotografías coloridas en papel lustre reveladas por su esposo. El estaba vivo a través de todas aquellas fotografías.

Fueron al hotel donde estarían por unos días y luego se prepararon para comer pues el viaje había sido un tanto extenuante.

Recordó como había sido Huancayo aquellos años de su juventud. El calor era similar, la parte central de la ciudad se había detenido en el tiempo pero no era la misma. Las personas con quienes se cruzaban por las calles tenían un aire a ausencia. Llegaron al restaurante mas cercano y acogedor que encontraron, a cuadra y media del hotel.

Pidieron con la premura de regresar al hotel deseando que les atendieran con similar rapidez. En lo que le sirvieron la infusión para aclimatarse al clima peculiar, empezó a concentrarse en la corriente del agua para disolver el azucar.

- Amor
- Si, aquí estoy
- Bueno, ya estamos aquí. De regreso…
- Si, mi amor. Gracias por hacer mi sueño realidad
- Te extraño y te amo
- Y yo a tí…
- Mamá ¿todo bien? – interrumpió Javier
- Si, hijo. Creo que me está costando acostumbrarme a la altura. – respondió con una sonrisa nostálgica.

De regreso al hotel, cada cual fue raudo a su habitación para terminar de hacer los últimos deberes pendientes y descansar del viaje para estar listos al día siguiente para ir a conocer los lugares turísticos.

Esa tarde, Marta, conversó con su esposo a través de sus recuerdos, los repasó en silencio como para que piensen que estaba durmiendo. Lloró, sonrió, lo abrazó en su memoría y pensando para sí misma soñó en encontrarse pronto con su esposo. Extendió sus brazos. Los cielos celestes, limpios, las nubes de algodón puro y el viento suave que hace achinar los ojos de solaz. Estaba volando…

domingo, 14 de septiembre de 2014

V. La casa vacía

La mesa estaba dispuesta, diversos alimentos entre los que figuraban frutas, oleaginosas, cereales y pan se presentaban desordenadamente en una canasta al centro de la mesa. Una mujer de aspecto algo rechoncho movía un cucharon dentro de una olla vieja pero muy bien conservada mientras silbaba alguna canción antigua. En una de las sillas del pequeño comedor, un hombre delgado y serio leía algo en el celular, quizá noticias, quizá otro tipo de información. Para las diez de la mañana de ese día, el resto de la familia se unió al desayuno y al cabo de algo más de media hora, uno por uno fueron retirándose en progresión silenciosa, casi religiosa.
Para las diez con veinte, una llave giró la cerradura de la puerta que daba a la calle y esta se abrió lentamente. Lucy entró despacio y temiendo alguna recriminación. Llevaba aquel mismo libro que se ha mantenido en el anonimato hasta hoy y aferrado a este, se dirigió sin pensar más hacia la cocina: La casa estaba vacía.
En ese ambiente, una mesa circular, pequeña y de patas relativamente cortas, le daba la bienvenida con una nota escrita en una hoja grande, con una letra desordenada: "Hay comida en el fridge". Tomó la hoja, la arrugó y la depositó en un tacho cercano. Tras esto, se dirigió a uno de los sillones que estaban en la sala y se dejó caer en uno de ellos. Abrió el libro y observando la página en que estaba, parecía ser que pretendía terminar de leer un capítulo inconcluso.
Aquellos que han seguido la historia desde el comienzo se preguntarán la razón que justifique que Lucy tenga en su poder el libro siendo que ella, según el acuerdo, lo recibía en la tarde y lo entregaba en la mañana...
El día catorce de ese mes, Miguel no se apareció jamás, ella tampoco lo hizo, pues al enterarse de que no iría a recoger el libro, celebró la ocasión con un día de lectura en algún parque distante de su casa. De esa forma se invirtieron los turnos y aunque nada conveniente para Miguel, pareció no importarle mucho. Así Lucy quedó un tanto más convencida de que aquel trato había resultado en un buen negocio.
La fecha que marcaba el calendario era el décimo séptimo día del mes de junio. Este día tuvo en el cielo un cielo radiante y nubes escasas, llegaban rayos de luz que parecían proceder de muchos soles al mismo tiempo, que invadían la casa y se reflejaban en espejos, lozas, vidrios y todo objetivo que pudiere reflejarlos. Ante la observación de ello Lucy dejaba el libro para abstraerse en sus pensamientos. Pensar que de un momento a otro tendría que alejarse de su ciudad, su familia, su biblioteca favorita, sus parques elegidos para el buen ocio y la recreación. No derramaba lágrima alguna, pero el corazón lo mecía compungido en actitud triste, algo por lo que su familia había evitado hacerle observación alguna sobre sus salidas y actitudes.
En tanto seguía encerrada en sus pensamientos, el celular sonó. Su contestación algo apagada se llenó de sorpresa y tras un par de minutos de conversación, se levantó pesadamente del sillón, recogió sus llaves y también el libro, y salió a paso ligero.
La casa quedó inmóvil recogiendo la alegría que llegaba con los rayos de luz, asumiendo un aspecto primaveral aunque era otoño y el invierno se asomaba ya. Los ambientes inhabitados se refrescaban con el paso del viento frío y en el patio un pequeño aspa de molino giraba suavemente.

Vnto

jueves, 11 de septiembre de 2014

Knight

He cambiado de posición.
Como una ficha de ajedrez en un mundo cuadriculado.
Metáforas sobran; formas de decirlo, abundan.
Puedo ponerle "comas" a la vida y "puntos" a cada momento.
Puedo encerrar lo que digo y lo que pienso, en un baúl de olvidos.
Puedo tirar al mar lo que oigo, entre sueños, entre noches.
Puedo dejar descolgado el teléfono, mientras la noche se llena de ausencia.
La variante sigue siendo la misma.
La ecuación es  distinta.
Corren roedores alrededor de las fichas.
Todos podemos cambiar.

Y si tus palabras no eran para mí y eran para un fantasma.
Alivio.
Unas velas se han encendido dentro de esta habitación iluminada.
Alivio y culpa.
Llueven los abrazos y los besos y nuestras miradas culpables nos delatan.
Pero nadie sabe interpretarlas.
Soy una ficha que ha cambiado de posición.
Entre dos reinas y al alcance de un peón.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Fuego.

Cuando se pone así, es insufrible. El metal en ese punto de calor puede partir tus huesos como si fueran tiza y nada pasa en vano, duele. Y la verdad es que duele bastante, más que nada, compañerito.
Pero, si duele tanto, ¿por qué lo han hecho así? No entiendo. Ese procedimiento solo puede tener una finalidad y es la de torturarnos. ¿O no?
No, compañerito, te equivocas profundamente. Tú eres muy joven aún para entenderlo. A la edad que tú tienes todo es tan simple, tan fácil. Mientras más chiquillo, más irresponsable con tus pensamientos, peor con tus palabras. Por eso dices sandeces.
El procedimiento tiene la finalidad de volvernos más fuertes. Por eso nunca hay que esperar a que llegue a estar tan caliente, eso es ilógico. No solo te harás más fuerte; te vas a hacer más rápido.
Y, ¿para qué? ¿Para qué debemos ser más fuertes y, de pronto, más rápidos? Dime tú, compañero, ¿para qué
¡¿Cómo que para qué?! Pues para que puedas sobrevivir. Para que luego no estés dando pena. Deberías agradecer al gobierno y no cuestionarlo.
El gobierno nos pone en una situación contra la pared. Nos da violencia y nos vuelve violentos para defendernos de lo que ellos mismos nos ocasionan.
Y, te has puesto a pensar, cumpita, ¿por qué ellos que tienen todo el poder y encima nos cuidan, quisieran tenernos asustados a todos?, ¿para qué? Si ellos son más fuertes...
Te equivocas, compañero, te equivocas mucho. Nosotros somos más fuertes porque somos más.
Ni siquiera has pasado la prueba del fuego y dices que eres fuerte. ¡Más que ellos, encima! Qué risa me das compañerito.
El fuego que te ponen, el metal caliente no te hace más fuerte. Te mantiene a su merced, a su expectativa. Te vuelve dependiente porque son ellos quienes administran ese terror. Te ponen fuego para debilitarte, para que te sepas inferior en todo sentido, para que no digas nada, para embrutecerte. Y te ponen en un medio adverso para que no tengas a dónde ir, para que mueras en el intento. Ellos no te cuidan, ellos nos condenan.
Estás pensando mucho, compañerito. Los chicos a tu edad están mirando televisión, están enamorándose, quizás reproduciéndose, los demás compañeritos están en pos de una moda. Sigue la tendencia, compañerito, no vaya a ser que te pongan el fierro más caliente y te mueras.

Ya no. Seguro alguien en alguna parte está pensando como yo. Y quizás somos algunos los incómodos. Y quizás hemos despertado y, quizás, esto se acabó. Pero no voy a esperar a que una duda se resuelva sola. Prefiero el fuego extremo que me mate de una a vivir quemado por años, que me maten por partes y me arranquen las esperanzas. Como no quiero quedar como tú, elijo ser diferente, muy a pesar de cualquier fuego.

martes, 9 de septiembre de 2014

Nieve

Los ojos en el cielo
La ventana, una cortina
Lluvia silenciosa
Recuerdos en la superficie
El latido del recuerdo
Un esfuerzo irrefrenable
Te extraño y guardo
Tu voz en mi memoria
El viento trae tu risa
"Te abrazaré, aferrado"
La nieve no acabará
Calidez para sobrevivir
Te miro a través del papel
Encuentro tu fotografía
Escondida en la primera página
Un bebé llevado en hombros
El río camina
Al paso que fuimos
Los tropiezos y las escalas
Paso a paso, te amo
Luna de luz
Lluvia de ritmo
Arco iris de color
Amor de dos
Sierra no cierres
Tus caminos sinuosos
El sol llegará
Y tus campos verdes volverán
Yo, fotógrafo documental
Ella, antropóloga en esencia
Yo, viendo rostros
Ella, interpretando gestos
Cruzando voces
Escuchando inquietudes
"Nos conocemos de años
Sin habernos visto"
Llegamos al cielo
Iluminado de estrellas
Una tinta sobre los labios
Intenta respirar conmigo
Una vida juntos
Un hijo
Una nuera
Un nieto
Lo siento
Tuve que viajar antes
Mientras nuestro hijo
Aún soñaba
Vivo contigo
A través de ti
La nieve no acabará
Calidez para sobrevivir
Pronto nos encontraremos
"Tranquila, yo te espero"
Aún falta
Algo por hacer
Tu sueño
Sueño compartido
Complice, comigo
Nuestro sueño cumplido

domingo, 7 de septiembre de 2014

IV. La página negra

Tras dejar las maletas en el vestíbulo, Miguel indicó a su hermana cómo pensaba disponer de las habitaciones y le dio a elegir una. Para ello no tardó más de diez minutos, y tras ese lapso se encerró en su dormitorio.
La habitación era amplia. La cama consistía en un colchón puesto sobre un esqueleto de cemento trabajado artísticamente, y una decoración muy ingeniosa, que quizá al verla uno podría pensar que se trataba de un lujo sumamente costoso. El lado izquierdo de la cama estaba casi empotrado en la pared y medio metro más arriba había espacios ahuecados en forma cuadrangular que guardaban ciertos objetos y algún libro que otro. Pasando la vista de la cama hacia la ventana era inevitable prestar atención a sus libreros, muy ordenados, que encerraban gran cantidad de libros de diferentes temas, aunque llamaban mucho la atención obras de la literatura peruana y universal, puestobque eran los mas abundantes. Con leer los títulos, sin necesidad de más, uno sentíase escuchando una clase de literatura, con aquel profesor apasionado por el arte, recitando a conocidos autores y grandes obras. Pasaban por los ojos Moliere, Víctor Hugo, Tolstoi, Dickens, Kafka, Dumas, Neruda, Becquer, Machado, Witthman, La generación perdida en su totalidad, entre otros que harían la lista muy larga. Habían también tomos de enciclopedias, libros de cocina, ciencias de todos los tipos, historia, entre otros que ya habían perdido el título con el desgaste que traen los años. Era en sí, una biblioteca muy bien abastecida, y la mayoría de estos libros parecían haber sido devorados una o dos veces. Si revisabamos, en ese momento, el cuarto, de canto a canto nos íbamos a encontrar con muchos más objetos que nos harían imaginar que Miguel era uno de esos que viven de lo que el arte les puede ofrecer. Pero dejaré esa descripción para más adelante cuando el la situación lo amerite.
En ese momento, él se encontraba recostado de lado y en una postura incómoda. El libro en la mano, abierto y con las hojas tendidas de la manera particular en que lo hacen cuando uno escudriña las profundidades de un libro. Sus ojos absortos se perdieron en la lectura e hubiese estado en aquella postura y estado de concentración por horas si no hubiese llamado a la puerta su hermana. Dejó el libro abierto sobre la cama, metió sus pies en unas pantuflas que tenía debajo de ella y salió a atender el llamado.
Las horas habían transcurrido veloces y la noche llegaba a sus doce. Las calles de la ciudad habían quedado sin almas que quizá, las sombras que rondaban algunas calles eran de penitentes o ladronzuelos inexpertos.
Miguel y su hermana se miraban fijamente. Miguel tan sereno y poco comunicativo acababa de despachar a un hombre que llevaba un sobretodo gris muy oscuro, y se había presentado como Ron Marrón. Aquél hombre de barbas y cabellos castaños dijo que tenía algo importante que hacer y que no podría explicarle muy bien "aquel asunto". La pequeña conversación que entablaron pareció llevar consigo el recuerdo de alguna historia desnutrida, que tenía cierto rezago en la "página negra".
Tras la despedida de aquel hombre extraño y del que aún no sabemos mucho pero que es importante saberlo, Miguel regresó a su dormitorio y cerró la puerta tras sí. El ligero frío del otoño penetraba por las ventanas abiertas de par en par, pero parecía no importarle a él. No parecía molesto y quizá eso encerraba una alerta mayor, pero que el tiempo podía solucionar. Se dirigió a su cama, cerró el libro que yacía sobre su cama, lo dejó en un lugar inespecífico y se metió en su pijama de rayas grises y blancas. Su hermana apareció en la puerta, tocando suavemente como si temiese que ya hubiese quedado dormido. Miguel abrió la puerta bruscamente y se encontró muy cerca del rostro de su ella que llevaba una pequeña bandeja con una taza que contenía lo que parecía ser manzanilla.
- ¿Olvidé desearte buenas noches? Lo siento. Pero espero que no me pidas que te cuente un cuento- dijo Miguel, dejando que una sonrisa se dibuje en su rostro, una sonrisa a medias.
- No. Para eso ya habrá oportunidad. Toma, una manzanilla le dará algo de felicidad a tu noche- dijo la muchacha entregandole la bandeja y haciendo el ademán de retirarse- Descansa muy bien. Y no ronques.
- Yo no ronco.
- Ese secreto te lo guardaré - Sonrió de esa forma tan diferente a la de él y se fue tarareando alguna canción que acaso había inventado en ese momento.
Tras tomarse la manzanilla, Miguel se envolvió en sus sábanas y quedó profundamente dormido al intante. Las luces se apagaron en casi toda la casa, excepto en el patio por cuestión de seguridad pues era la única vía de entrada para algún inescrupuloso ladrón, que si bien eran escasos y usualmente tan torpes o poco ingeniosos que realizaban sólo pequeños robos, valía la pena ser precavido. El silencio comenzó su intento de reinado contra los ruidos que débilmente emitía la naturaleza y los habitantes de la zona se entregaron plácidamente a las horas de descanso y sueños.

Vnto

domingo, 31 de agosto de 2014

III. Los encuentros (segunda parte)

El viaje en metro, cuando no había asiento disponible, era largo y muy largo. No se disfrutaba de nada, incluso la observación era tediosa. En esos momentos la ansiedad, la frustración, la impotencia ante la situación, lo llenaban de ira. Tenía el libro, que hace menos de media hora había recogido, en la mochila y las ganas de leerlo metidas en un bolsillo, o quizá entre sus dedos encrispados. Qué diferente hubiese sido estar entre páginas con olor a papel viejo, viajando a lugares desconocidos dentro de ellas, conociendo y conociéndose, dejando por un momento el lugar reducido de un asiento y así escapando de todo y de nada. Pero a esa hora, poder tocar el suelo y respirar eran hazañas de mérito entre tantas personas que empujaban desde todas las direcciones. Una señora obesa empeoró la situación. Las filas y columnas, que no se distinguían unas de otras, se desplazaron con el mismo desorden, la mujer pasaba entre todos con los codos abiertos y jalando tras sí un bolso naranja que se atracaba entre el desorden de cuando en cuando. Miguel, atrapado en el espacio que hay entre una y otra columna de asientos, apenas si pudo contener la respiración para soportar la presión que se ejerció a los pocos segundos. Él sólo miró alrededor suyo, cosa que con su más de metro y setenta centímetros no era muy sencillo y por lo cual debía apoyarse en las puntas de sus dedos. Así pudo distinguir algunos edificios cercanos a su destino. Lo siguiente que hizo fue asegurar su mochila contra su pecho para atravesar aquel irregular y resistente conglomerado de personas de distintos tamaños y contexturas. Sin mucha dificultad, lo cual seguramente fue debido a que no era la primera vez que lo hacía, salió por las puertas del metro hacia la estación central, alisó un poco sus ropas, acomodó sus cabellos con la mano e inició la marcha.
Afuera caían gotas de una garúa ligera. Algunas personas, escasas realmente, llevaban paraguas y otras avanzaban acumulando pequeños puntitos blancos en sus cabezas y en sus prendas de algodón. El viento era suave, pero tenia la velocidad suficiente para hacerse sentir, frío y traicionero. Era una tarde buena para quedar en casa, cerca de alguna chimenea, como las que se describen en los libros de autores de épocas pasadas, en compañía de una jarra de leche caliente y galletas recién horneadas.
El cielo se abrió un poco más y la garúa se hizo más abundante lo cual parecía casi una escena de lluvia. Bajo el refugio de un árbol, alto y mal alineado, Miguel se detuvo por un tiempo no muy prolongado esperando que la lluvia cese o quizá a alguien, o las dos cosas al mismo tiempo. Allí, bajo el frondoso techo que se extendía sobre él, extrajo el libro (el mismo que tanto le había costado obtener) de su mochila y se disponía a leer cuando entre las escasas personas, que transitaban los espacios abiertos de suelos mojados, se hizo presente una silueta irreconocible, pero que para él parecía ser muy familiar.
- Hermano querido - diciendo esto, la muchacha, de cabellos oscuros y mirada audaz, que aparecía ya más claramente, rodeó el cuello de Miguel, abrazándolo fuertemente y estampándole un beso en la mejilla. Seguido de esto, estampó muchos más resistiendo los esfuerzos que hacía nuestro presonaje por librarse de ella.
-Hermano querido, lindo, precioso- seguía diciendo la recién llegada sin desprenderse del cuello de Miguel- no sabes cuánto te he extrañado. No he recibido ningún mensaje tuyo, apenas ese libro que lo debo tener en algún lado. Ya sabes como soy yo de pobre ignorante con esas cosas. A mi dame notas, no textos inmensos...
- Vámonos.
- No has cambiado nada. Sigues siendo el mismo gruñón. ¿Por lo menos te dignarás a ofrecerme tu brazo, cierto? - dijo al mismo tiempo en que adelantaba un poco la mano.
Con el rostro serio, que más que solemnidad parecía expresar enojo, Miguel caminó a zancadas, casi arrastrando a su acompañante, quien parecía divertirse con eso. Ella hablaba de muchas cosas, parecía que las palabras nunca se le acababan y si hacía alguna pausa era para oxigenarse, pues a veces daba la impresión que se olvidaba de respirar mientras contaba sus anécdotas.
- Debo decir que realmente te extrañaba - dijo y regaló una sonrisa franca.
- ¿Hace cuánto tiempo llegaste?
- No sabría decirlo - vaciló un momento. Observó el rostro de Miguel que seguía serio, pero esta vez ya había adoptado una expresión meditabunda que en realidad era la típica expresión en él. Tras recibir una mirada algo impaciente por una respuesta más precisa, continuó hablando - una semana, ¿es una respuesta acertada señor? Una semana, dos días y tres horas. Me estoy hospedando en uno de esos hoteles baratos. Es bueno saber que siempre tengo a donde regresar. ¿No te parece? La vida en Europa no es tan fantástica como crees, la gente es gente con otra forma de hablar y algunos se pueden parecer a alguno de nuestros maestros cultos y bien formados, como te puedes topar con un beodo crustáceo que donde cae la lata cae él. ¿Me estás escuchando? Sé que lo haces. Sigo...
- La casa no ha tenido mucha limpieza en este tiempo. Tendremos que mover algunas cosas.
- Papá...
- No lo menciones. No quiero saber más. Vayamos a comer algo y después te ayudaré a instalar te.
El silencio se manifestó por varios minutos. Ella bajó un poco la cabeza y siguió avanzando ya no con la misma expresion divertida de antes, sino con cierta nostalgia. Mirando una vez el rostro de su hermano, se aferró un poco más a su brazo y se dejó guiar por él lo que quedó del camino, con la mirada caída y la expresión perdida.

martes, 26 de agosto de 2014

Sobre sus hombros

Primero un descanso sobre la manta colorida. La sonrisa y los cabellos de mi madre cayendo sobre mi mirada perdida en el techo con armazon de vigas y cubierto de tejas.
Luego una sensación de vacío insostenible, una respiración aguda y el calor de la espalda de mi madre que me acomoda para que mis piernas se apoyen en su cintura y mis brazos saliendo de la manta bien ajustada al rededor de mi espalda que me sujeta firme a los hombros de mi madre.
A partir de ese momento el viaje se hace especial y novedoso. Las miradas de las personas por sobre el hombro de mi madre cambia en cuanto se fijan en mi. Todos sonrien y me quedan mirando. Mi madre corresponde con una sonrisa y yo me les quedo observando.
Hace poco unos turistas, un señor y una señora me tomaron una foto. Mi madre les miró seria y ellos comprendieron que debieron pedirle permiso primero. Luego conversaron con ella muy amables y se hicieron muy amigos. Quedaron en que enviarían mi foto cuando la revelen.
La otra vez me crucé con un bebe que iba en los hombros de su madre, nos quedamos estupefactos como la primera vez que me hicieron verme en un espejo. Solo que esta vez me di cuenta porque no era la misma mamá.
Es muy divertido ir en la espalda de mamá, puedo jugar con sus cabellos y quedarme durmiendo. A veces siento uno que otro empujoncito pero mi madre me arrulla como dando saltos pequeños y duermo profundo de nuevo.
Al atardecer regresamos a casa y me abriga mucho para no refriarme durante la noche que llega la helada que ya ha dejado marcas rojas sobre mis mejillas mi madre las cura con agua tibia de hierbas que aromatizan el dormitorio. Luego el sueño me inunda a cada respiración.
Antes de dormir las imágenes de todo el día me animan a abrir los ojos pero mis párpados no me lo permiten. Las imagenes se entremezclan con los sueños y en todos ellos hay una constante, los tibios hombros de mi madre.

*Zch*

domingo, 24 de agosto de 2014

II. Los encuentros

Inicio
 Capítulo anterior

Transcurrieron cuatro días tan ligeros como el viento de aquel otoño, sincopado pero veloz. Eran siete para las nueve de esa mañana y, sentado en la banca que queda fuera de la biblioteca, esperaba él de la misma manera en que lo hizo los días anteriores: con un vaso de chocolate, un croissant y un libro cerrado.
Ella llegó tres minutos tarde, lo cual ya le irritaba bastante. Llevaba los cabellos alborotados y la casaca arrugada, de lo que seguro no se había percatado. Se saludaron con un beso seco, que quizá fue más un ligero roce de sus mejillas que un beso y se quedaron en pie mientras ellas extraía el libro de su morral. Él la apuraba con la mirada, lo cual parecía despertar cierto placer por el sufrimiento ajeno en ella. Así y casi de la misma forma se habían repetido los hechos en los días anteriores, y tan igual como sucedió lo anterior, él recibió el libro, giró sobre sus talones y se marchó.
Así pasaron tres días más. El libro contenía dos marcadores que poco a poco habían avanzado hacia en final, a veces iba uno por encima del otro y otras, al revés. Dentro de esto, no exagero al afirmar que ninguna sonrisa se dibujó durante esos encuentros, y que si se saludaban era un mero formalismo. Pero esa frialdad dejó de ser o dio un primer indicio de ello quizá ese lunes de tarde.
Ella llegó cuatro minutos tarde y subió unas gradas pequeñas para llegar a la biblioteca. Esta vez él, cansado de esperar paciente a que ella se acerque con aquella lentitud única que puede quitarle la paciencia a cualquier santo, se puso en pie y se adelantó a su encuentro. Lo siguiente que pasó fue ver a aquella chica trastabillar, resbalarse y caer lentamente. Casi instintivamente la tomó del brazo, y la sostuvo, pero el suelo estaba mojado por la garúa de la tarde, y por la velocidad con que se dieron las acciones no pasó más que un instante para que desafortunadamente él también resbalara. Y allí estaban los dos, en el suelo, algo adoloridos. En tanto él refunfuñaba, se miraron por un instante y ella sonrió.
- Mi nombre es Miguel.- dijo de forma automática devolviendo la sonrisa, la cual parecía costarle cierto esfuerzo- Nunca lo preguntaste.
- Sí lo sé, lo dice el marcador que has dejado en el libro- respondió ella asumiendo el rostro inexpresivo que había mantenido durante ese tiempo y parándose al mismo tiempo que extraía el libro de su morral.
- Muy bien, Lucrecia- dijo mientras se incorporaba, también, y extraía el libro de los brazos de ella. -Adiós.
Ella quiso refutar algo, pero el intento era en vano. Miguel ya había cruzado la avenida sin mirar atrás y a paso muy veloz. Caminó el corto trecho hacia un paradero y llamó un taxi.
En el reloj de una parroquia las agujas llegaron al punto más bajo: las seis y media. Nuevamente pequeñas gotas se precipitaron durante una hora o algo menos y en las calles la gente se ocultaba entre las sombras. El tiempo se tornaba cada vez más frío; las noches, más oscuras; las tardes, más ralas y las horas más cortas. Se terminaba la primera semana desde aquella ocasión de la biblioteca y con ella decrecía la cuenta regresiva para su viaje...

viernes, 22 de agosto de 2014

Las chicas sin suerte.

Claro, definitivamente esa clase de chica no nace con un paquete colorido de suerte debajo del brazo, ni crece en medio del escenario recibiendo aplausos y ovaciones, tampoco se queda con el príncipe azul, ni mucho menos es considerada todo el tiempo por las personas.

Una chica sin suerte, como muchas, como yo.

Y es que si analizo un momento que significa tener “suerte”, me voy dando cuenta de que es algo mítico en lo que los seres humanos han depositado todas sus excusas, culpas y desgracias; no algo que en realidad exista. Y si existe, pues yo no la tengo. ¡Enhorabuena!

Las chicas sin suerte, aquellas que jamás tuvimos el vestido rosado de moda, las que jamás estuvimos en el listado de las más populares, ni a las que les chorreaban por montones los amigos; tenemos algo mejor, intrínseco, innato, que cuando lo usamos brilla y retumba cual relámpago. Sacude y transforma nuestra encarcelada “suerte”.

El otro día escuche que alguien decía: «La suerte de la fea, la bonita la desea», pero la fea no tiene suerte, tiene actitud. ¡Exacto!

No necesitamos sentarnos a esperar que la mendiga “suerte” venga y nos regale un poco de todo y de nada, no esperamos a que las olas nos lleven a una orilla común y corriente. Nosotras remamos con fuerza, con actitud, con nuestro propio estilo para llegar a donde queremos. Ya no pedimos limosnas, ni suplicamos por un poquitín de aquello que todas tienen, nosotras hacemos la suerte.

¿Para que el escenario? ¿Para que el príncipe azul?
Nosotras -las de mi clase-, ya nos rebelamos.

Si no eres una «chica con suerte» date cuenta que no la necesitas, jamás la necesitaste. Tú haces de tus sueños, tus aspiraciones, tus amores algo más grande, único, e inigualable. Porque somos grandes, únicas e inigualables. No las típicas “suertudas”.


No existe la suerte, y felizmente digo que soy una chica sin suerte.

jueves, 21 de agosto de 2014

Ruta B

Déjame apreciar la noche, tus cabellos, cual ella, siniestros ocultando tu rostro. Déjame detener tu mirada a mitad de camino, reducirla un instante para que quepa en alguno de mis bolsillos. Tú y yo. Juntos. Dentro de este frío dulce y sereno.
(Hablo solo).
Hoy suena alguna radio con mala frecuencia, nos dejamos llevar por un momento por el azul marino del cielo, por la velocidad del viento, por la inmensidad de los cerros que se alzan por entre los techos. Lo fatal, lo amargo, la fortuna, la pasión, se entremezclan en una amalgama color azabache que suena a amor del malo. Pero eso se pierde, se oculta bajo los misterios que las noches encierran.
(Escribo...)
Si supieras,
Si supieras tanto como yo quiero saber,
Si miraras un poco más allá, si dejaras reposar tus alas para contemplar la naturaleza humana, si vieras el correr de mis manos sobre la tinta, si escucharas las palabras que toman vida en tus labios, si en el reflejo de la luz vieras tu rostro, el mismo rostro que yo veo, el rostro de un ángel.
Si...
Un día de sol sería un eterno ritmo en nuestros pies, en nuestras mentes y en nuestras almas. Volar, caer, flotar en el aire: figuras, colores, señas, ensoñaciones. Dejándome llevar por la única realidad que me despertará de las pesadillas que parecen repetirse en la política, los canales y las calles: el amor.
(Ella)
Mi ángel se viste de negro, pero aún así no se pierde el alma argentina que lleva dentro. Es el mismo esplendor, la misma pureza, los mismos ojos entrecerrados, la misma boca pequeña, el mismo don que sólo seres creados para ello manifiestan.
Mi ángel aparta su mirada por instantes cortos y preciosos; el temor a lo humano es su debilidad y el amor, su mayor virtud. Yo soy el personaje que escribe a colores y se oculta entre sombras para esperar su llegada, si llega o si llama.

***Bumbuki

miércoles, 20 de agosto de 2014

Tuyo y de nadie más.

Que controles los minutos que solían ser sólo míos,
que respires dentro mío en el espacio infinito.
Que me tomes de la mano y no te atrevas a soltarla,
que me lleves a esa estrella sin que pueda yo dejarla.

Que me selles como tuyo y de nadie más que tú,
que me sigas hasta mañana, no me dejes caminar,
que me digas que me amas aún si no puedo escucharte,
que me escuches en silencio, que te atrevas a besarme.

Porque de todo lo que diría, podría asegurar
que jamás en este mundo podría yo amar
a alguien como a ti así como te amo.
Confieso, mi amor, que eres mi milagro.

Que me distinga entre todos porque eres sólo mía,
que la gente tome en cuenta cuánto yo no merecía,
de las muchas bendiciones llegaste tú a mí,
hermosa damisela cuánto a mí me haces feliz.

Que las múltiples razones que existan para mí,
que ninguna sobrepase el poder que me une a ti.
Porque te amo con verdad, como nunca he amado yo,
estoy seguro que contigo... He encontrado el amor.

*Publicado por primera vez el 9 de Junio de 2011.

martes, 19 de agosto de 2014

Visita

La tele era la única luz prendida de la casa. A pesar de los treinta y cinco años de matrimonio no habían perdido la costumbre de ver la novela de las ocho tomados de la mano y riéndose de las situaciones que presentaba la trama.
La piel de sus manos no tenía la lozanía de los años mozos pero la forma en que se adecuaban daba la impresión que se seguían amando renovando la costumbre por la dedicación mutua.Mientras pasaba la publicidad tocaron la puerta.
- Voy a abrir la puerta - dijo ella.
- Está bien, yo te esperaré - dijo èl.
Fue con su paso tranquilo y delicado, preparó su sonrisa.Y abrió la puerta.
- Abuelita Marta - entró sonriente el pequeño Ramiro y la abrazo con profundidad genuina de su alma infantil.
- Hola mamá - dijo Javier contento de besar su frente otra vez.
- Mamita ¿cómo has estado? - Completó Carla con la paz de su mirada.
- Bien, muy bien hijos. Estaba viendo la novela. Pero de seguro desearán tomar alguito tengo manzanilla y algunos panes con aceituna.
- Gracias mamá - dijo Javier con aquella misma mirada alegre de hace treinta años cuando escuchaba la palabra "aceituna".
Conversaron largo y tendido hasta que llegó el momento.
- Mamá, queremos que nos acompaañes al viaje que queremos hacer con Carla y Ramiro.
- ¿Viaje? No, hijo. Ya no estoy para esas exigencias.
- Mamá, lo hemos conversado mucho y creemos que todos necesitamos ir a respirar nuevos aires.
- ¿Y a dónde propones que vamos a ir?
- A Huancayo, quiero conocer aquellos lugares que me contaba papá.
- Oh, hijo. Es un bello lugar pero siempre habrá mucho que hacer por acá, tu tienes que trabajar y Carla tiene que cuidar al chico. Va a ser muy difícil.
- No te preocupes mamá. Ya lo tenemos planeado. Dentro de tres días salimos. Ya pedi permiso al trabajo y Carla ya conversó con la maestra de Ramiro. Así que sólo falta que tu aceptes. ¿Qué dices?
Por su mente pasaron muchas imágenes que se convirtieron en una lágrima retenida a punto de salir.
- Esta bien, hijos, iremos a Huancayo.

*Zch*

lunes, 18 de agosto de 2014

Dulce condena.

Durante la clase, llegó un mensaje de texto a mi teléfono: ¿Vamos a ver una película? Acepté. Sin dudarlo, ya caminaba junto a él.
̶ Aquí estoy, no pasará nada-. Pensé-. Si algo bueno tiene que pasar, pasará y si algo malo tiene que suceder, lo superaremos. ̶  
Me incluí en sus planes diciendo “lo superaremos”.
Era una simple salida, no tenía por qué significar algo más... Ya estaba por terminarse la película, pero algo en mí quería quedarse con la esperanza de que algo podría suceder si aguantaba unos minutos más. Y sucedió. Sus labios junto a los míos realizaban una combinación de movimientos armoniosos y estremecedores.
̶ Te amo. ̶   Me dijo. Y otro beso, dulce y tibio. Mi corazón latía deprisa, no sabría decir si era por mi atrevimiento a tomar su mano o por mi terrible miedo al futuro. Nunca he comprendido ese tipo de miedo, el futuro es algo que no me concierne, no está en mis planes, simplemente llega, no puedes prepararte, así que aprendí a ignorarlo, pero esa noche… Esa noche me importaba, yo pensaba en un futuro, un futuro donde éramos protagonistas.
«Hay cosas que es mejor no saberlas.» Dije. Seguro lo tomó en relación a la vida, pero yo hablaba de lo que sentía y no podía decir. Decirlo era condena. Condenarme a perder todo, por un sentimiento que podría pasar desapercibido en silencio, desahogado en canciones y plasmado en cartas sin remitente.
Al despedirnos me abrazó, mientras escuchaba un te amo salir de sus labios. Por un momento pensé que me sería imposible irme, quería quedarme, pedirle que repitiera lo dicho, una y otra vez.
̶ Buenas noches, cuídate. ̶  Debí de haber dicho más, pero alguien se aproximaba, se oían pasos de alguien que nunca llegaba, tal vez eran mis nervios o el anhelo de que alguien me detuviera.
̶ Descansa. ̶ Contestó. Fue todo lo que dijo, sólo un último te amo y un simple descansa. Sé que las palabras no fueron  lo suyo en ese momento, pero lo poco que dijo fue sincero. Y eso bastó.
Bastaron sólo unas simples palabras, en un momento preciso de la persona indicada, para desatar un corazón, para crear ilusiones y para dar inicio a un nuevo inicio. A pesar de que mis palabras quedaron esa noche en silencio, sé que lo que empezó como un capítulo, hoy por hoy, ya forma parte de una gran historia. Y es que, hay palabras que pueden condenarnos, pero siempre hay una persona con quien no importaría cumplir cadena perpetua, una dulce condena.


domingo, 17 de agosto de 2014

I. Aquel día en la biblioteca.

 Leer capítulo anterior
i
Mientras repasaba con la mirada los títulos que se extendían delante de él, se topó con uno en especial. Lo observó largo rato, meditabundo, y, tras ese lapso, lo separó del resto cuidadosamente.
- Es una buena elección- dijo una voz detrás, a la que le siguió una risa pequeña-. Lamentablemente, te has llevado el último.
Él giró la cabeza y sonrió. Las dos jóvenes que estaban detrás le devolvieron la sonrisa.
Ambas vestían de manera similar, se diferenciaban notoriamemte sólo en que una de ellas usaba gafas, de marco grueso. Compartiendo ese metro cuadrado y mantuvieron la mirada entre ellos, los tres, hasta que aquella risa pequeña volvió a escucharse. Entonces ambas miraron lo que él tenía entre sus brazos. Llevaba, él, mucho tiempo esperando por ese libro. Todas las veces que habia ido a buscarlo a la biblioteca, este ya había sido prestado. Entonces por instinto lo abrazó más fuerte.
- Me gustaría leerlo. Me iré de viaje pronto y llevo tiempo esperando por él- dijo, decidida, una de las jóvenes - ¿Podemos llegar a un acuerdo?
- Lamento decir que no- respondió con la cabeza gacha y el ademám de huida. Pero no pudo dar más de dos pasos, porque la misma que decididamente le había pedido el libro, estaba parada frente a él. Con los puños cerrados y un gesto usual de una paciencia agotada, aunque motivos aparentes para haberse agotado tan pronto no parecían existir.
- No cederé, no insistas.
- ¿Es que ya no existen los caballeros?
- Es que ahora abundan las caprichosas y la caballerosidad está desmerecida.
- ¡Cómo te atreves! - con un gesto de indignacion se acercó más a él- Dime, ¿tú quieres este libro?
- Así es.
- Yo también lo quiero- se acercó más. Su mirada intensa hizo retroceder a su interlocutor.
- Te daré una salida- agregó- con la cual ninguno de los dos perderá.
- No me inter..
- Sí que servirá. Cada día, durante las dos semanas que calculo para terminar de leerlo, nos encontraremos en esta puerta. - respiró y prosiguió - Entonces uno leerá en la tarde y otro en la mañana.
- Que no me int...
- Y si no llegamos a un acuerdo, te prometo hacer un escándalo - finalizó.
El choque de ambos coincidió en una justificación extraña, pero el pacto fue sellado y a partir de entonces tomó rumbo el acuerdo. Ella más astuta que él lo dejó a la suerte y como ya se clavaban las agujas del reloj de la biblioteca en las seis de la tarde, acordaron que a las seis de la tarde y las nueve de la mañana se darían los cambios.
Él salió de la biblioteca con un sinsabor, cuando buscaba más paz era cuando menos la encontraba. Y ahora esa mujer Lucía, Lupe, como se llame, había arruinado sus tardes perfectas de lectura. Sin embargo, eso era mejor a tener arruinado el día por una caprichosa de tal nivel.
Cargó la tarjeta del metro y se embarcó en una de las líneas, que a esas horas estaban no tan solicitadas, y se sentó a leer.
Leer siguiente capítulo.

viernes, 15 de agosto de 2014

El color de la mentira

«Papi, ¿cuál es tu color favorito?»

Era una pregunta muy simple.
Había sido deslizada con tan vago interés por sus grandes y oscuros ojos; una juguetona sonrisa apareció en su rostro a la vez que le daba un sorbo al jugo de frutas que tenía en sus deditos.
¡Qué curioso! Justo ella lo traía puesto. Un bello listón ataviaba su ondeada cabellera resaltando su infantil coquetería. La ingenua pregunta daba vueltas por mi cabeza, se golpeaba torpemente contra las paredes de mi bóveda cerebral; el eco nublaba mi entendimiento, y sin querer un recuerdo me atravesó, la falla de seguridad se había dado: el monstruo se estaba liberando.  

Oía con claridad la voz de mi madre «Es lo mejor para los dos, hijito, yo volveré por ti. Te lo prometo». El ambiente estaba impregnado de ese color: sus manos olían a frutas cítricas, el azafranado atardecer en el cielo, el color de la fachada del orfanato. Todo, absolutamente todo estaba confabulado, para que ese día ­-sin mi consentimiento-, el naranja se convirtiera en mi color predilecto.

Recuerdo cuanto le rogué que no se fuera, que no me abandonara. Me aferré con fuerza de su vestido, y mientras las monjas intentaban separarme de ella, un botón se desprendió. Aquel objeto me acompañó todos los días en los que la esperé en la ventana, por supuesto, era del color de la mentira. Odiaba que siempre me sirvieran una rebanada de pastel de zanahoria y jugo de naranjas frescas, lo odiaba. ¿Por qué? Porque también llevaban en su contenido el color de la mentira.

Ella jamás volvió, jamás regreso.

Y cuando por fin pude tener mi propia familia, ella también nos abandonó. Después de que nació mi pequeña Sophie; a mi esposa le detectaron una enfermedad incurable. Recuerdo que utilizó su tierno listón naranja hasta su último día de vida. También mintió, el amor no duró para siempre. Mintieron los doctores, mintieron todos.  

«Naranja, ese es mi color, cariño»

¡Ese es mi color! El color de la mentira.


jueves, 14 de agosto de 2014

Ruta A

Que las estrellas brillan a colores. Colores vivos y centelleantes.
Que las horas pasan lentas, que esperamos la aurora,
que las voces nuestras se ahogan entre el bullicio del mundo,
que en la oscuridad, donde todos nos ven,
la vida se convierte en un puñado de frases
que pintan el futuro y luego reposan.
Así las horas se hacen largas.

Que todo lo que nos rodea
se pinta de naranja, mango, manzana,
que el ritmo nos confunde y nos adormece suavemente,
que es tu hombro y es el mío,
que somos dos risas que se pierden entre tantas,
que soportamos el frío con un gusto enfermizo.
Así las horas se hacen largas.

Que nos separamos,
de una manera cortante y veloz,
que te vas,
que la vida sigue su ruta,
que el día ha clareado y así se ha hecho de noche,
y sólo falta un poco más para tomar otro rumbo.
Y se hizo de noche. Y las horas se hacen cortas.
***Bumbuki

miércoles, 13 de agosto de 2014

Cacosmia.

Esa tarde había sido diferente, diferente de todas las demás. La cocina estaba un poco desordenada y en la sala principal de la casa (ataviada y pulcra siempre) se dejaba ver una pequeña revolución. Que no todo esté en el lugar indicado era un indicativo de la ruptura del 'siempre' para convertirse en un 'ahora', distinto. La rutina de años estaba quebrada como un vaso de cristal que por años nadie había tocado y que de pronto al querer darle alguna utilidad, este resbala de los dedos y choca con la materia de la realidad, emitiendo el sonido característico del cambio, de la sorpresa, de lo nuevo y lo que pasó. La cocina y la sala sonaban a cristal roto. ¿Qué le había pasado a esta mujer?
El señor, marido, don algo, el buen ciudadano que todas las mañanas salía a comprar el pan y la leche siempre a la misma hora y en los mismos lugares escogiendo las mismas especies de todo lo que conseguía, estaba abrumado. El cristal roto le era hediondo, ¿qué había pasado con la mujer?
Al instante, se abrió la puerta principal, el sonido siempre de la misma llave al ingresar por la cerradura se lo había anticipado. Ella lucía diferente, radiante, vestida como se visten las solteras sin hijos, pero su gesticulación al verlo cambió velozmente, el sinsabor se representó en una mueca que no dice nada y por ello explica todo. Verla así lo llenó de ternura, la vio entrando como la primera vez que entraron en ese recinto y la casa era nueva y ella al verla gesticuló emoción, intensidad, alegría, la emoción de lo nuevo.
Y recordó el mismo gesto en su rostro de joven, antes que lleguen los años con sus días iguales, cuando terminando de hacer el amor por primera vez ella lo sujetó con fuerza por el brazo izquierdo y le dijo que era el hombre de su vida, que ella era la mujer más feliz del mundo. Era el mismo rostro que puso al ver a su primer hijo nacer, luego los tres más que siguieron. Como cuando le dijo que sí la primera vez o cuando un beso era el beso que recordarían mientras no se acostumbraran, esa palabra, qué palabra la costumbre, el mismo gesto que puso luego del primer beso y de la primera vez que hizo él pública la relación. Era el gesto, la cara, la forma visual del cristal roto. Si el cristal al romperse hubiera tenido cara, esa sería su cara precisamente.
Pero los años, pero la misma almohada, pero los hijos, pero la casa, pero la escoba, pero la calle, pero el mercado, pero los domingos familiares, pero la ropa que se ensucia, pero la ropa que se compra todos los días 29, pero las salidas en familia, pero las formas, pero la educación, pero el qué van a decir los vecinos, pero la iglesia, pero los viernes a las 10 de la noche que el televisor se veía apagado y ya no se encontraba un sentido al porqué, pero las conversaciones familiares todas iguales, pero los mismos besos por tantos años todos iguales y repetitivos, pero la misma canción, pero los días de la madre, pero los días de la mujer, pero los cumpleaños, pero las navidades, pero las mismas flores, pero el mismo perfume por treinta años, pero los besos sin sabor ni sentido, pero las mañanas frías, pero las noches que tenían sueño, pero el café sin azúcar, pero la misma comida favorita, pero el mismo champú, pero el mismo jabón, pero los jueves de hacer el amor, pero la jamonada en el pan, pero su camisa que le queda bien, pero la plancha, pero las mandarinas, pero los estados de cuenta, pero los salarios.
Al final nos hemos acostumbrado a ver la misma porquería y estamos acostumbrados a la repetición y nos creemos felices. No, nos sabemos infelices. Nos creemos normales, eso.
Y la mujer que aburrida cogió otro bigote ese martes a las 3.30 de la tarde. El cristal se rompió.
El señor, el don, el marido, el buen tipo deja pasar a su mujer y le indica que ponga todo en orden, que se va a bañar, que ya está retrasado en comparación de -todos-los-días-.
Qué bonita es la misma tarde todas las tardes y el mismo embotamiento emocional que sabe dopar y anular la novedad. Qué hermoso comer todos los días y decir que está sabroso. Ella se preguntaba si acaso cocinar un día cualquier cosa con el peor sabor no sería por lo menos una bendición.

Un día más en el calendario. El calendario colgado con estricta prudencial distancia con el reloj y más abajo una tarjeta colgada, un regalo (o condena) de algún amigo que los visitaría alguno de estos domingos para hablar siempre las mismas cosas. Rezaba el rótulo: Y fueron felices para siempre.
***
Cacosmia.- “Perversión del sentido del olfato en cuya virtud resultan agradables los olores repugnantes o fétidos.” - JULES MICHELET;. Francia; 1798-1874.

Loui

martes, 12 de agosto de 2014

Paisaje

La carretera se mueve junto con las curvas de los cerros, un pequeño vehículo blanco va solitario ante tal magnitud de murallas de roca y tierra. Los árboles de eucalipto escoltan el camino y las sombras que proyecta el sol en sus ramas se dibujan sobre el terreno. En las faldas de los cerros los animales pastan, corren, juegan, retosan y hasta pareciera que conversaran. El cielo azul conserva a las nubes pequeñas pero robustas como peces blancos en un acuario transparente. El rìo canta su alegría de ser libre de regar las raices de sus compañeros temporales de viaje y las piedras dejan su voluntad a la corriente de sus aguas.
¿Cuando vendrá la lluvia? Se preguntan mientras toman fotos en cuanto encuentran un paisaje armonioso y detienen el carro para respirae el aire limpio y no contaminado de la serranía. Un sorbo de la taza de manzanilla interrumpe el recuerdo y las nubes oscuras a través de la ventana hacen crecer los deseos de volver a estar en las nostalgias de la memoria.
Miran el reloj y llega la hora de la novela. Llevan la taza de manzanilla al sillón extienden la mano y entrelazan sus dedos. Luego prenden el televisor y se ausentan de si mismos.

*Zch*

lunes, 11 de agosto de 2014

Fin del juego

Jamás me había dolido la cabeza así. Quizá debí decir: “No lo volveré a hacer”. Pero sólo diría eso si de algo me arrepintiera y, sinceramente, me arrepiento.

Mis labios probaron de los suyos. No hemos vuelto a decir nada, nuestras manos lo dijeron todo y pareciera que entre tanto beso me robó el aliento; en un momento mis labios no podían más y fue cuando mis manos decidieron hablar.

Recuerdo todo, pero a veces confundo los momentos, recuerdo sus manos, recuerdo que dudé, incluso recuerdo que en un momento me alteré y aunque no recuerdo bien los tiempos ni el orden de los sucesos, recuerdo que hice todo lo que pude para que nunca quisiera irse.


No sé qué pasó conmigo esa noche, no sé cómo me atreví a besarle, ni de qué manera fue que conseguí caminar por el parque. Me arrepiento del dolor de cabeza que vino por la mañana, de la manera en que dije tantas cosas, de permitir lo incorrecto, de ser su diversión mientras espera a la correcta; me arrepiento de pensar que olvidé a alguien importante. Me arrepiento de muchas cosas, entre ellas, tú. Triste ¿No?

domingo, 10 de agosto de 2014

L'adieu

Los días han sido más noche que día. El frío ha invadido cada espacio posible y los solitarios se han sentido presas del invierno, que recién apunta a alcanzar su etapa más cruda.
Dentro de estos días gélidos, exactamente hoy, está de pie en el paradero. Su casaca impermeable soporta la caída de las gotas de las lloviznas misteriosamente abundantes, tiene unas zapatillas de lona gris que están empapadas, tirita un poco de frío y busca la fuente más cercana de calor... Pero no ha llegado aún. Quedaron en encontrarse en el paradero. Por primera vez siente tanta emoción por algo, por su mente pasan ilusiones del futuro cercano, construye planes meticulosamente pero de una forma muy torpe y, en tanto espera, se congela más y más. La gente deja el lugar cada vez más solitario y frío.
Recuerda sus brazos rodeando su cintura, sus ojos chispeantes, su sonrisa traviesa y ese nosequé que nadie puede definir, pero que le da ese plus a este tipo de situaciones. Quizá para él es perfecta, quizá es la única, pero ella no lo sabe. La espera terminó. El viento que traía las nostalgias carga también con ella y la acerca más y más. Él es feliz, dentro de esa posible mentira, se cree feliz.
- Hace frío- dice ella con un gesto común, pero rechaza la casaca que se posa sobre sus hombros.
Ha pasado poco tiempo y su frialdad, tan parecida al tiempo, le dice todo y nada. Pero quizá más todo que nada. Las horas han pasado volando, el camino es oscuro y cada paso se ha llenado de un pesimismo único. La posibilidad de rechazo lo hace retroceder unos pasos, su sonrisa se esfuma, su corazón se deja enfriar, sus palabras se endurecen y su cuerpo gira en torno a sí. No sabe cómo pero ahora está muy lejos. Se ha ido sin decir adiós. La olvidará, ha dicho, abruptamente. Ha dicho un sinnúmero de cosas más en voz alta que quizá no recordará o de las que se pesará.
Y el amor se acaba, se va con un suspiro, suave y pausado. Su frente se afecta por un gesto de dolor y su mirada se nubla por las pequeñas gotas que recorren ya sus mejillas.
- Es lo mejor- se dice. Porque no sabe qué más decir. Quizá la vida tiene métodos de enseñanza muy duros, pero "todo estará bien".
Camina a lo largo de las veredas húmedas. Piensa en algo que no se puede saber a ciencia cierta. Sabemos que sufre, como todos podemos llegar a hacerlo algún día... Así se va, con sus sueños (que son pesados) para tirarlos al mar...

Pero el pasado está aún allí, perenne, y cuenta desde el primer momento, ese que enciende la chispa de todo lo demás...

Vento 
Siguiente capítulo

jueves, 7 de agosto de 2014

Somneto sin luna

Rojo,
he regresado.

Nada cuenta ahora, más que la presencia de nuestros sueños, vivos y frescos, que se van con la noche a pasear el tiempo que dure el amor (quizá siempre).
Bajo las verdades que aún quedan, las mentiras aún flotan y, alrededor nuestro, se revitalizan cuando ocultas la mirada, cuando ese pedazo de sol que brilla los trescientos sesenta y cinco días del año se derrite y se decanta en pequeñas gotas bajo las cuales un beso ilumina la noche. Y dejamos la música sonar...
Espero no sea tarde, espero que el vagón de ese tren que nos separó alguna vez siga esperando por nosotros. Espero, también, que este frío que congela las almas desnudas de hoy, se aleje de nuestros corazones, y que surjan nuevamente las preguntas, aquellas sensatas damas que alguna vez dieron brillo a las hojas de un otoño como el mío. Que desaparezcan los miedos, que la cera se derrita y deje ver lo que hay bajo ella...
Así.
He prometido muchas cosas que al final no importan realmente y cuando camino a través del rojo de los ocasos, kilómetros de lucidez, me pregunto en qué me he convertido y qué es lo que hecho. La incertidumbre ronda la existencia de aquel otro yo que quizá es diferente, que quizá es mejor, que quizá es una persona y no un producto de tinta, amnesia y soledad.
Porque yo no quiero estar, más, encerrado en una cárcel de tinta, ni estar atado a un destino de unas cuantas páginas. Quiero que mi corazón de color lata tan fuerte como sea posible, que haga fuego de cenizas y remonte el vuelo como halcón... quiero llenar páginas de poesía para vivir en una mirada y morir en un beso.

Un ratito...

Violeta, es el color del cielo ahora. Las frases de tu alma se han reflejado en las mías: he sido feliz un instante. ¿Pero cuánto dura un instante?
Un reflejo en el espejo dice que no dura nada, las líneas marcadas en las manos hablan de instantes largos de utilidad, la mente trae al recuerdo paseos en bicicleta y así el tiempo se mide en "imperfecto". Y así te conviertes en mi tiempo. Noto que eres mi presente imperfecto y mi futuro imposible.
Porque el suelo no se movió más pero así perdí el equilibrio. Y la noche quedó, romántica como siempre, terca como nunca; y los sueños, las mentiras, mis anhelos de vida, los instantes entre tú y yo, se reducen a lo mismo: un sueño.

Bumbuki

miércoles, 6 de agosto de 2014

Noche.

De noche se escucha la calle ladrar, es un ladrido seco y chillón, como si a un perro le estuvieran despedazando los dientes, como si a la llorona le hubieran arrebatado nuevamente a sus hijos. Vivir en el pueblo donde vivo no es cosa de chiste, el cemento ha cubierto todo, pero no es agua bendita como para matar demonios. Ellos están allí, quiero decir, siguen allí, nunca se fueron. El curita dice que hay que rezarle al santito, pero yo no creo en esas cosas, no le creo al cura ni al alcalde, tampoco le creo mucho a mi 'apá, solo he creído en lo que he visto y yo los he visto. Los he visto a ellos, ellos que salen de madrugada para espantarnos, para vengarnos, para echarlos a los otros, para volvernos a nuestra raíz que era su gobierno. El cemento no los ha matado y yo creo que ellos van a liquidar el cemento, al cemento y a quienes lo trajeron. Así dice la abuela, a ella sí le creo.

La noche es seca, helada, el viento pesa como un costal de papas, cada paso es una batalla, la calle está dura dicen las chicas de faldas cortas a estas horas en la esquina de la plazuela, pero yo no he venido para verlas a ellas, yo quiero ver a la viuda negra, a la duenda, a todos ellos que yo sé que no se escondieron detrás del cemento, a ellos que no le tienen miedo ni a los tractores ni al desarrollo. He venido a ver a la duenda y no me importa que me lleve, mejor que me lleve la duenda antes que la policía.

Pasando dos cuadras de la plaza, en una de las direcciones hacia la chacra, rápidamente el cemento se va perdiendo entre la tierra y la luz de los postes se va mezclando con la oscuridad y la fuerza de nuestros antepasados obligan a que las sombras se hagan más grandes y más oscuras hasta que ya no hay camino ni sendero, solo estás en la chacra, en la oscuridad, plantas, perros que ladran en alguna parte y el cuchicheo silencioso de los demonios, así dicen.

La invoco. No aparece.

La vuelo a invocar. Nuevamente, no aparece.

He traído refuerzos, me dieron unos cuantos gramos esta mañana, es suficiente, sobrado puedo verla con esto. Le tengo un encargo, mi alma. Que se la lleve la duenda, los apus o el tunche, no me interesa, prefiero el infierno a cemento, a sus rejas de fierro, a sus políticos, a la religión, a los padres y al desarrollo. Prefiero el infierno y ya siento que mi cuerpo empieza a sentirse liviano.

La duenda no aparece. La vuelvo a invocar.

Una sirena suena a lo lejos, con melodía ovalada, de espacios muy prolongados y lejanos, se combinan con la sombras y el brillo azul que apenas vibra en mis párpados.

¿Por qué no apareces, duenda del mal? La abuela es la única que no ha mentido.

El sonido y la luz se acercan y se alejan al compás de ondas de ríos visitados en mi niñez, como cuando me ahogaba brevemente y a propósito, esa sensación de mareo, de tener los oídos bajo el agua y que te griten desde afuera, la visión acuosa, sazonada de alucinaciones. El sonido que se va y viene. El brillo azul que rompe el paisaje oscuro, algunas voces, segurito son los críos del cemento, peor aún, sus perros guardianes. El crujido de la hierba al ser pisada. La luna. La duenda que no viene. Mis pies que están por encima del suelo, la culpa, la duda, la moral, las reglas, la abuela que murió anteanoche, la culpa, la droga, la sangre, las sombras, las voces, la culpa, el cuchillo, la abuela muerta.

Los demonios que no vendrán porque nunca se fueron. El demonio soy yo.

- ¡Arriba las manos! Suelte lo que tenga en las manos y muestre las palmas donde las podamos ver - sonó el megáfono -. Por fin atrapamos a este maldito, ya cayó, avísenle al comisario, al cura y a su familia, este maldito ya cayó.

La luna que no estaba brillando.

martes, 5 de agosto de 2014

Juntos

Observó con paciencia los detalles de aquel libro. Análisis de reconocimiento exhaustivo. Sombras y claridades, volúmen y dimensiones, figura y forma. Luego sonrió como contándome un secreto y disfruto de tenerlo entre manos. Me lo mostró con una sonrisa aún mas complacida. Lo dejó caer sobre mis manos y su sonrisa se hizo cómplice de sus pensamientos.
Leo y correspondo a su sonrisa y a su interés inmediato. Un título prometedor, aún mas el diseño de su tapa y el estilo de la fuente. Un trabajo bien hecho, aporte de muchas ideas que se materializaron hasta hacer plausibles los deseos de cada autor que armaba el rompecabezas que teníamos entre manos.
Lunes de tarde. El sol acariciaba el horizonte sobre el mar, éste se sonrojaba por tal espectáculo público. Y nosotros disfrutabamos de la lectura, sin vernos a los ojos, sin tomarnos de las manos, sin besarnos, lo único quenos unía era nuestra sensación de estar presentes. La respiración en nuestros pechos y los sonidos marinos de las gaviotas cantándole alas olas.
Ser. Esa extraña sensación de moverse.
La ciudad a nuestras espaldas llora, grita, se agita, no la oímos, no existe para nosotros en ese momento. Hoy no estamos para nadie y continúa nuestra historia una página mas adelante.
Anochece lento. Las sombras se proyectan por la luz del poste de la calle, acabamos los capítulos para ese día. La sensación de satisfacción está por completarse.
- ¿Cocinamos? - Propone y yo acepto - Faltan estos ingredientes...
Nuestra rutina nos dicta que ella los va a escribir en un papel mientras los menciona en voz alta y yo me pongo los calcetines y los zapatos para ir a la tienda a adquirirlos.
Los traigo en la bolsa blanca de siempre y los pongo sobre la mesa. La rutina sigue su curso. La miro a través de la ventana cómo va recogiendo la ropa seca de los cordeles mientras termino de enjuagar mis manos, llenar y colocar la tetera en la hornilla y regalarle un beso al que ella corresponde con una sonrisa idéntica a la que me regalaba cuando no cumplía la mayoría de edad.
Mientras disfrutamos las tajadas de pizza con nuestros ingredientes preferidos y la taza de manzanilla vamos riendo. Los recuerdos fluyen como sacándolos al azar de una caja llena de fotografías, así de nítidos, así de nostálgicos, asi de vívidos...

*Zch *

lunes, 4 de agosto de 2014

Carta de entrada

He jugado mis últimas cartas y ahora, dentro de estas horas vacías, vuelvo a la tinta seca y a las noches de lámparas y garabatos. Tu voz se me hace familiar, se convierte en mi ilusión, me da vida, me mata y revive. Y es en estas horas cuando todo pierde el sentido de ser, y al mismo tiempo lo gana.

Madrugada...

Te he extrañado tanto tiempo, y te he extrañado tanto más o igual que a mis cómplices, hojas que han guardado todos mis secretos. Y ahora estás aquí, tan cerca de mí, tan radiante, tan tú.
Silencio. Se me acaban las palabras y dejo de cuidar mi ortografía, me pierdo entre los caminos de un sentimiento confuso y agradable...

Es...

o parece ser parte de una historia, parte de nuestra historia, lo que vivimos. Días de otoño vuelven a pasar por mi mente, un deja vu que me llena de emociones: miedo, alegría, pena, coraje... pero se corta en un instante, tiene un desenlace veloz, y los nudos se atan solos cual escalera de gato. Y el color destiñe mis ojos, todo es rojo y azul...
Es así que cruzas mi calle sin notarlo, es así que saludamos un sentimiento y lo dejamos en la oscuridad...

Será...

Apareces. Me quedo en suspenso. Toda la carga de mi bolígrafo queda expuesta: se me ha parado el corazón. Espero paciente que mis latidos recuperen su ritmo, que todo este tiempo en que las palabras yacieron olvidadas entre los vacíos de mi vida se recupere sólo por hoy. Bum - bum...

Mira...

¿Ves que todo parece haber revivido? ¿No parece acaso que lo que antes estaba lleno de ausencia, es tan... tan como hoy?


He regresado mon amour, he regresado...


Bumbuki

jueves, 26 de junio de 2014

El cuaderno.

Como cada tarde, salió a escribir frente al mar, recostado en el pasto fresco y helado de esa mañana con cielo blanco percudido, la brisa no alcanzaba a tapar la melancolía tan fuerte que lo aplastaba. Colocó el cuaderno entre sus manos y vio el corte en una de ellas, en su dedo índice, los recuerdos revolotearon con violencia como si fueran aves desesperadas, los colores, las escenas, ella gritando, él rogando, el sonido filoso de la cachetada en el rostro, el golpe, su rostro lleno de ira, de decepción, sus lágrimas que inundaban el revoloteo continuo de memorias que insistían en quedarse, su cartera negra lustrosa que daba vueltas al ritmo de su imparable ira, sus uñas rojas clavándose contra su mano. Él rogando, ella mirándolo con el odio que se odia al enemigo. ¡Suéltame, imbécil!, la forma en cómo arrastraba la ese inclusive para gritar, su respiración desesperada y finalmente cómo se soltó arañándole la mano.
Su mano ya no estaba sangrando, solo era una cicatriz.
Tomó el lápiz, le encantaba escribir con lápiz, lo interesante del lápiz es que cuando querías lo podías borrar, tan diferente a la memoria. Tomó el lápiz y escribió su nombre, no el nombre de él mismo, el nombre de ella, con perfecta armonía y curvas cadenciosas, con la rapidez necesaria y precisión exacta. Escribió su nombre y cerró el cuaderno. Ya no había más qué escribir. El nombre de ella era el título, era la introducción, era la historia y ese mismo nombre era el final de todo un cuaderno por escribir que nunca quiso ser escrito y que ya no debía escribirse jamás. Escribió y cerró el cuaderno. Su dedo aún tenía la cicatriz, pero el cuaderno ya estaba cerrado.
Se puso de pie y miró el mar, cómo se ondulaba y bailaba frente a él en la inmensidad de ese invierno bochornoso. A ella no le gustaba el mar, le gustaba atravesarlo, sentirse inmersa en él. El mar nunca se iba a retirar de su lugar. Sujetó el cuaderno con delicadeza y se dio media vuelta, de espaldas al mar caminó alejándose de él, con el cuaderno cerrado, con la herida cicatrizada, con el revuelo de las aves coloridas que palmoteaban violentas en los pasillos de su mente.

La calle estaba tan triste, era hora de volver a casa.

jueves, 5 de junio de 2014

El jinete sin estrella.

Un jinete que se ha cansado de cabalgar avanza por el camino empedrado e irregular. Lleva la mirada cansada, los hombros caídos, el tronco inestable. Va dejando caer de a pocos los minutos en un reloj viejo. Su caballo negro, con una estrella blanca, lo lleva con paso paciente, decidido, pero irregular. Tropieza de cuando en cuando, resopla cuando tiene sed, revienta sus cascos contra las piedras y juega con su cabeza mientras parece tener una afición enfermiza por los abismos...

El jinete se cae del caballo: tiene una herida de guerra sin sanar. Ha luchado días y noches y ha sido derrotado, pero vive... porque los milagros existen, porque el soplo de expiración ha sido retenido para conseguir un último impulso. Él sabe que cuando todo parece perdido, es cuando más debe luchar... pero ya no tiene fuerzas, sólo huye, huye sin dejar de atacar, huye dejando trampas, porque jamás se deja de luchar...

La noche cae como amenaza y protectora, el cielo es su testigo y su verdugo... El jinete ve una luz que pretende seguir, pero no le alcanzan las fuerzas. De un mendrugo de pan, maltrecho durante el viaje, ha hecho, quizá, su última cena. Duerme a su suerte, duerme a la espera de nada... mientras la noche cae un poco más.

(continúa)